Lille OSC: Año cero, transformación total post-Hazard
Han cambiado de equipo, de estadio y hasta de escudo

La vida ha cambiado radicalmente al Lille OSC tras la venta de Eden Hazard al Chelsea y se ha variado la plantilla, el estadio y hasta el escudo. José David López analiza el año cero del Lille OSC.
Los príncipes Salvaert y Ermengaert habían preparado con minucioso detalle su viaje a Inglaterra. Llevaban toda la vida juntos, encaminados a un futuro unidos, en compañía de un hijo, aquello que ambos deseaban con toda su fuerza como núcleo vital que completara todas las grandes sensaciones que manaba su encomiable relación. Tras años de preparativos, salieron de su territorio, topándose con un poderoso líder, el temido Phinaert, que no sólo los apresó, sino que acabó ejecutando a Salvaert. Retorcida de dolor pero con la fuerza necesaria para salvar su vida, Ermengaer huyó y dio a luz a su ansiado hijo, Lydéric. Criado en las calles, curtido en batallas ante enemigos y con la memoria de su padre asesinado siempre presente, los años no le hicieron sino fuerte, agresivo y valiente. Cuando llegó el momento, buscó y asesinó a Phinaert en venganza por la muerte de sus padres. Los territorios que pasaron a su poder engendraron la comarca de L’isle (por su situación alrededor de zonas pantanosas y marismas), de donde deriva el nombre de Lille, una tierra pródiga, rica y perfectamente estructurada gracias al trabajo del ídolo fallecido, que había levantado una bella ciudad en la frontera franco-belga. La misma que apesadumbrada, se vio obligada a empezar de cero tras la ausencia de su exitoso rey anterior…
El último gran mito de la ciudad (comparable al respetado Phinaert en algunas banderas y pancartas irónicas estos años), no era ni mucho menos cruel, tampoco demasiado fuerte y desde luego, no era un gigante, pero sí levantó el respeto, admiración y cariño de antaño entre sus conciudadanos. Fue capaz de otorgar admiración a la ciudad más norteña de Francia (referente de buen fútbol), de hacerla reinar (ganando la Ligue 1) y de situarla entre los grandes referentes europeos como nunca antes (clasificación a la Champions), pero su ausencia, la del mito, la del ‘duende belga’ Eden Hazard, también supuso un triste periodo de restructuración. Sin su deidad entre ellos, el Lille se ha visto obligado a una renovación profunda en su patrón de juego, su estadio y hasta en su escudo, que parece buscar un punto neutral entre el pasado y el futuro, intentando desarrollar la transformación total partiendo desde su particular año cero.
Pero Michel Seydoux, el presidente (con empresas en varios sectores de la cultura del país y accionista clave del grupo cinematográfico Pathé), ya había estructurado el déficit de ilusión y derrotismo que desencadenaría la ausencia de su estrella. Tras varios años rindiendo a gran nivel, liderando los premios del fútbol galo y siendo referente de la exitosa generación del fútbol belga, preparó a la perfección la venta y posterior respuesta del club para ese doloroso adiós. Los 40 millones de euros del traspaso de Hazard al Chelsea (una dedicada muestra de negociaciones al por mayor para sacar la cifra más redondeada posible), sí facilitaban la compensación en su plantilla que, a pesar de ser incapaz de recuperar el talento perdido, podría ampliar la nómina de alternativas ofensivas. Para ello, se logró convencer al liberado Salomon Kalou, se contrató por diez millones al esperanzador Marvin Martin y dos proyectos como Sidibé y Ryan Mendes, aportaban más opciones para completar la nómina final que sigue dirigiendo con todo el apoyo y paciencia de siempre, el valorado Rudi García (culpable del gran rendimiento global del club estos años).
La segunda apuesta de la directiva para ahuyentar los miedos tras la pérdida de su icono, apuntaba directamente al estadio, puesto que se habían encumbrado ante en un escenario (Metropole) que poco-nada tenía que ver con lo que ya se estaba construyendo. Este 2012 era el año de estreno del que es su espectacular nuevo cobijo, el Grand Stade Lille Metropole, moderno, vistoso, brillante y con las máximas valoraciones UEFA para convertirse en sede de la próxima Eurocopa 2016. Capacidad de 50.186 asientos, posee una capa transparente con una peculiar forma que asciende a 31 metros ‘extra’ de altura, así como un techo móvil que consta de dos partes que se accionan y completan su cierre en 30 minutos. Parte del césped es retráctil, la gestión de energía, agua y mantenimiento se auto-gestiona por la capacidad del viento-sol, mientras el exterior cuenta con un hotel, comercios y restaurantes.
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La tercera y última medida post-Hazard en el Lille fue la renovación de su cara, su rostro, su escudo. Aquello que muestra al mundo cada día, lo que mejor lo define y la imagen global de la institución. Siempre debía aparecer la flor de lys, acompañante del dinero según las creencias, que se incluyó en el primer escudo allá por 1944 y nunca ha perdido su lugar preferente en el club. Siempre el color rojo, pues es su original en el antepasado Olympique Lille. Pero, sobre todo, Les Dogues (Mastín en francés), referencia que se ganó en los años 80 y que recordaba a su primera ‘casa’, un stade Henri-Jooris donde se amontonaban los perros en la puerta debido a sus continuas escapadas desde la perrera de la misma calle. Desde entonces, el perro es un símbolo del compromiso por la camiseta y por la comunidad, pues Lille hace tiempo que dejó de ser simple equipo de una ciudad debido a su crecimiento a nivel nacional y continental. Todo se reúne en el nuevo escudo, tremendamente vanguardista y más enfocado a un nuevo futuro que está por llegar.
Como toda reorganización a gran escala y pese a la gran estructuración de las medidas para evitar daños y heridas, el Lille no ha sido capaz de contestar positivamente a la marcha de su estrella. Las caras nuevas no logran conjuntar sus cualidades en pro del colectivo, el nuevo estadio aún no ha visto ganar a su equipo, que suma decepciones en su nuevo hogar tanto en Ligue 1 como en Champions League, e incluso el escudo ha recibido graves críticas por olvidar la tradición más exigente entre aquellos románticos conservadores. Es el año cero, una particular limpieza para olvidar al mito Hazard, un duende convertido en gigante para la eternidad de Lille.