La selección de fútbol de Catar y las nacionalizaciones
Al hilo de lo ocurrido en el Mundial de balonmano, repasamos la problemática de las nacionalizaciones de Catar en el fútbol
El subcampeonato del mundo de Balonmano logrado por la selección de Catar ha abierto el debate en el deporte en torno a las nacionalizaciones ¿Podría ocurrir algo similar en fútbol? Intentamos encontrar respuesta, aunque de entrada las restricciones y criterios impuestos por FIFA son mucho más estrictos.
Una Torre de Babel formada por jugadores de Túnez, Egipto, Francia, Montenegro, Cuba o España, y solo unos pocos nativos. Catar ha hecho historia en el campeonato del mundo de balonmano convirtiéndose en la primera selección no europea que se cuelga una medalla. La globalización y el poder del petróleo ha llegado al mundo del deporte, un aspecto que se percibe en todas las disciplinas, pero el debate es mucho más complejo. Catar se encuentra en el punto de mira de los más puristas debido a su irrupción deportiva en los últimos años, un aspecto que se centra principalmente en lo organizativo. El fútbol ha sido, por supuesto, el lugar donde sus tentáculos han aterrizado con más fuerza, y con el Mundial 2022 como eje de sus políticas, la corrupción y el escándalo ha caminado de la mano siempre que se asocian en un mismo contexto Deporte y Catar.
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¿Hasta donde puede llegar el poder catarí? ¿Las normas actuales seguirán siendo impedimento para el impulso de su selección nacional de fútbol? Lo cierto es que en el apartado futbolístico Catar tiene mucho más complicado poder conformar un equipo plagado de jugadores naturalizados, algo que en otros deportes no sucede. Pero si analizamos la realidad, podemos descubrir que la importación de talento no es del todo imposible, así como la compra de futuros pasaportes. Llegados a este punto es interesante plantear si las competiciones entre naciones tienen sentido en nuestros tiempos. El poder económico es una fuerza imparable y legítima, un argumento válido para aquellos que forman equipos nacionales a base de talonario, pero entonces ¿Por qué tirar de patriotismo y tradiciones a la hora de competir? ¿Por qué usar banderas que representen a estados con equipos plagados de foráneos? Es evidente que existe un claro conflicto de intereses al que los organismos internacionales deberían poner freno, o por lo menos intentar luchar por conseguir criterios unificados en todos los deportes.
En Balonmano el requisito para cambiar de selección obliga a no haber jugado con otro equipo en los tres años anteriores, un punto que queda a años luz de la reglamentación futbolística. Hace muchos años que el fútbol ya encontró problemas de este tipo: todo el mundo recuerda a Puskas, Omar Sivori o Di Stéfano defendiendo varias camisetas nacionales en su carrera. Fueron precisamente estos casos los que obligaron a FIFA a modificar sus estatutos y crear restricciones más duras en 1962. Pero toda regla es imperfecta, e incluso en los últimos años se han producido modificaciones, como el hecho de que se pueda jugar un amistoso en categoría absoluta y más tarde cambiar de selección. Los requisitos actuales de elegibilidad son:
(A) Nació en el territorio de la asociación en cuestión;
(B) Su madre o el padre biológico nació en el territorio de la asociación en cuestión;
(C) Su abuela o abuelo nació en el territorio de la asociación en cuestión;
(D) El jugador ha vivido al menos durante cinco años después de llegar a la edad de 18 años en el territorio de la asociación en cuestión.
Con estas normas es absolutamente imposible que ocurran casos como en otros deportes, en los cuales existen algunos muy sangrantes, por ejemplo en el atletismo. Allí los cambios de nacionalidad están a la orden del día, y como afirmó el plusmarquista nacional de 100 metros Ángel David Rodríguez al hilo de este tema la semana pasada “existen atletas que tienen el récord nacional vigente de una prueba en dos países distintos”; una auténtica incongruencia. Catar es un país sin tradición ni afición histórica al fútbol y sin un número de fichas significativo. Pero con el enorme reto de albergar un mundial de fútbol, el dinero ha comenzado a encontrar soluciones. Proyectos formativos como el de la Academia Aspire pueden dotar a su fútbol de un valor competitivo del que actualmente carece (Catar fue eliminada en la primera fase de la reciente Copa de Asia sin sumar un solo punto). Sin embargo los primeros frutos de este gigantesco proyecto ya han comenzado a llegar en categorías inferiores.
Es conveniente analizar diferentes aspectos. Por un lado Aspire es todo un ejemplo en formación de futbolistas que llegarán a ser profesionales, jugadores de todo el mundo que sin el apoyo y la inversión no podrían explotar su talento. El trabajo en este aspecto es muy atractivo, pero por contra, la posibilidad de que jugadores muy jóvenes tengan vínculos con el país abre la veda a futuras nacionalizaciones que sin duda mejorarían el nivel de la selección. No es algo que solo esté sucediendo en Catar, pero lógicamente su caso es el más llamativo; una forma sensacional de eludir las estrictas normas de FIFA, pero una clara compra de talento al fin y al cabo. Por tanto, el futuro marcará como evoluciona el fútbol de selecciones, pero estamos ante una amenaza de muerte para este tipo de torneos, el fin de las escuelas tradicionales y el componente romántico-histórico. Sería positivo entender hacia donde caminan las competiciones entre países, ya que las selecciones nacionales nada tendrán que ver con lo que conocemos a día de hoy, además de que los países con menos recursos económicos saldrán claramente perjudicados. El espectador encontrará menos nexo de unión con los colores nacionales, y el romántico perderá totalmente el interés.
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Si Catar puede tener jugadores llegados de todos los lugares del mundo, o cualquier selección europea puede comprar talento ¿Qué atractivo tendrán los torneos de selecciones? Solo estaremos ante una prolongación del mercado de clubes, sin sentimiento ni historia, sin amor por una camiseta; algo que ya vivimos día a día en las principales ligas. En otros deportes individuales poco sentido tiene ya establecer una restricción en el número de participantes (3 por prueba y país), ya que los que se quedan fuera del cupo son tentados y “comprados” por otras federaciones. Sin restricciones más duras en la elegibilidad deberíamos plantearnos si vale la pena mantener estructuras y torneos tal y como los conocimos hasta el momento. Los Juegos Olímpicos son el mayor ejemplo de ello, pero el fútbol no está a salvo de esta ola. En los próximos años selecciones como Catar pueden ser capaces de cualquier cosa gracias a su poder económico en la captación, este tipo de excesos puede tener como consecuencia la muerte definitiva del concepto romántico del deporte y la lucha entre nacionalidades.