Munich otra cicatriz en la piel de Deschamps
El entrenador del equipo galo ante la ciudad y el equipo que le dio y quitó todo
La Champions, por su exigencia máxima, crea unos escenarios en los que son pocos los equipos que responden de manera habitual a sus retos. Los jugadores, en su afán de buscar la gloria máxima de levantar este trofeo, suelen acotar su carrera en los mejores momentos de ésta a los equipos con los que existen posibilidades reales del triunfo final. Y todo esto aderezado con 'outsiders' que regalan temporadas maravillosas, rompiendo esas reglas no escritas que limitan el éxito a un puñado de equipos.
Con estos ingredientes, es habitual encontrarse historias que exponen los sentimientos que puede generar el fútbol y el entrenador del Olympique de Marsella, Didier Deschamps, un grande del fútbol en los noventa, podrá vivir en primera persona cuando juegue en unas horas contra el Bayern de Munich.
La eliminatoria parece sentenciada tras el 0-2 en el Velodrome, pero para el equipo marsellés parece 'suficiente' para rellenar el expediente en competición europea tras la pobre campaña local. Nadie espera la machada y no por ello, el ex jugador del Valencia y Chelsea entre otros, podrá evitar hacer un pequeño repaso a su carrera, tan ligada a esa ciudad y a ese rival.
El 26 de mayo de 1993 el Olimpiastadion de Múnich fue elegido para albergar la final de la Champions League. La máxima competición europea de clubes había sufrido el cambio de nombre y una serie de cambios en la competición que la llegaron a convertirla en la competición mejor organizada del planeta como lo es hoy en día.
Pero los clubes todavía no habían ni imaginado la dimensión que llegaría a alcanzar este torneo y lo tomaban aún como un título con mucha solera antes que como un salvavidas económico como lo es hoy en día para muchos equipos que se mueren por participar sin plantearse si pueden ganarla.
En esas, un equipo plagado de jugadores que a partir de ahí se convertirían en nombres propios de nivel: Barthez, Angloma, Desailly y Abedi Pelé. Dos delanteros diferentes, por un lado el veterano Rudi Voller y por otro un joven Alen Boksic eran alquimia pura... y todo esto capitaneado por Didier Deschamps, un mediocentro de veinticuatro años que acabaría aquella temporada levantando de manera soprendente la Champions League.
Después llegó su salida hacia Italia en 1994 cuando el asunto turbio de su presidente Bernard Tapie explotó y su asentamiento como uno de los jugadores más importantes en su posición y una presencia en Champions digna de los históricos del torneo ganando de nuevo el torneo en 1996.
Tras un paso por Inglaterra, llegó al Valencia de Héctor Cúper como un jugador con mucha experiencia que debía asentar el buen bloque que llegaba como subcampeón de la final de París ante el Real Madrid. Como valencianista no pudo brillar, menos de treinta partidos entre todas las competiciones, viviendo a la sombra del mejor momento de Mendieta, Baraja y Aimar. Pero el destino le brindó una nueva (y a la postre última) final de Champions.
El rival era el todopoderoso Bayern de Munich de Oliver Khan, Steffan Effenberg y Giovanni Elber en aquella edición con doble fase de grupos que plantó a los equipos directamente en cuartos de final, por lo que, quizás, perdió el romanticismo de las incontables rondas en busca del mejor equipo.
Aquella final, en San Siro, tuvo el dramático final que siempre proporciona una tanda de penalties y cero minutos para el campeón del Mundo en 1998 y de Europa en 2000. Fue su última convocatoria ya que se retiró tras ese partido y comenzó una interesante carrera como entrenador.
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Munich como principio del mejor momento deportivo de Deschamps y como epitafio deportivo. Hoy vuelve a la ciudad que le dio la fama, no al mismo estadio y sí ante el mismo rival (tan temible como hace más de diez años) que firmó su retiro. ¿Qué historia recogera esta nueva cicatriz en la piel de Deschamps?