Darío Dubois, el “Loco” del rostro a lo King Diamond

Darío DuboisGeneralmente, la historia del fútbol argentino muestra que los partidos por las categorías menores, las de “ascenso”, como allí se les llama, se disputan los días sábados, quedando reservado para el domingo el plato fuerte de la primera división. Las pujas televisivas han hecho que esto se desdibuje totalmente. Pero, de todas formas, siempre quedarán vivos esos “héroes del sábado”, esos humildes trabajadores del fútbol que disputan ese deporte casi por el mero hecho de practicarlo o por fijar una mínima esperanza de progreso a futuro. Personas que saben mucho de esfuerzos, que durante el día trabajan en un supermercado, de vendedores ambulantes, albañiles o fontaneros y logran fabricarse su tiempo para asistir a las prácticas y disputar los partidos de los fines de semana, donde –pocos pero fieles- los hinchas hacen sentir el calor de la tribuna en escenarios lúgubres que espantarían a más de un futbolista aburguesado. La historia de Darío Dubois es la de otros tantos jugadores que se desempeñan en las ligas menores de cualquier país del mundo. La historia de un futbolista al que no le alcanzaba el dinero que ganaba con su club pero que eso jamás le hizo claudicar su deseo de jugar al fútbol. Y mucho menos de callar dentro y fuera del campo de juego todas sus vicisitudes diarias. Porque, además, no dudó un segundo en transformarse en uno de los personajes más queridos, revulsivos e irreverentes del ascenso argentino. Claro está, de esto mucha gente no se enteró, ya que los medios de comunicación prefieren olvidar esas historias mínimas que representan las categorías bajas en comparación con los millones de la primera división. Darío era un marcador central aguerrido, de temple y de esos que no dudaban en emplear la pierna fuerte si hacía falta. Vamos, como cualquier central de divisiones menores que se precie de tal. Guarro, falto de técnica, pero que suple con coraje y entrega todo lo que natura non dio. Además, era un gran fanático del heavy metal, del black metal más precisamente. Por eso mismo, no temía hacer el ridículo y pintarse el rostro de blanco y negro, tal cual King Diamond, uno de sus estimados grupos cultores de los sonidos guturales y las velocidades trepidantes. Sí. Tal como oyen. Un central pintarrajeado yendo a la caza de los delanteros contrarios. Imagínense los “piropos” que recogió en su carrera entre rivales y público. Pero si eso lo caracterizó ante los aficionados como "el loco ese que se pinta la cara" y le dio un mínimo espacio en algunos medios de comunicación, su lengua avezada, que no se guardaba nada, lo pintó de cuerpo entero, mostrando valores firmes e ideas conflictivas con respecto al establishment futbolístico. El derrotero futbolístico de Darío “el Loco” Dubois comenzó allá por 1994 en Yupanqui, uno de los equipos con menos aficionados del fútbol argentino, para luego continuar en otras instituciones más que menores como Deportivo Riestra, Atlético Lugano, Midland o Victoriano Arenas. En todas ellas tuvo sus conflictos y sus palabras de turno para quien corresponda. Basta con repasar algunas desopilantes anécdotas en sus propias palabras: "Una vez jugando para Midland enfrentábamos a Excursionistas en el Bajo Belgrano. En la segunda falta que hago, el árbitro Juan Carlos Moreno me saca la segunda amarilla y cuando me saca la roja se le caen 500 pesos del bolsillo; me zambullí al suelo, agarré la guita y me fui corriendo. Me seguían todos: el árbitro, los jugadores, cuerpo técnico, se armó un quilombo que ni te cuento. Adentro de la manga, rodeado, le dije al juez: 'Este es el premio que vos me das por echarme, hijo de puta'. Al final se lo terminé devolviendo porque sino me daban veinte fechas". "Resulta que el primer partido que ganamos no nos pagaron, entonces decidí llevarme una cinta aisladora negra para taparme la publicidad de la camiseta. Pero justo en ese partido me la olvidé. Entonces, como había llovido, apenas salimos a la cancha hice como que me persignaba (todos los jugadores hacen eso, pero yo no creo en ninguna religión), agarré barro y me tapé la publicidad. La camiseta naranja quedó cubierta con barro. Me puteaban todos, hasta mis compañeros, no entendían nada, el sponsor se cagaba de risa de nosotros, ¿entendés? No nos pagaban, y yo con esa guita viajaba. Después en la semana, la comisión se juntó y me querían suspender, pero no lo hicieron" "El presidente de Juventud Unida (Juan José Castro) nos ofreció plata para perder, para que ellos ganen y para que él entrara en una reelección de San Miguel. Rata inmunda, jugamos gratis e igual queremos ganar y nos ofrecen plata; igual, no la vamos a recibir... pero es un político, ¿qué se puede esperar de él?" Darío era un personaje sin igual, al que no le bastaba con pintarse su rostro a lo black metal para jugar fútbol, sino que también siempre se reservaba alguna que otra andanza como las narradas anteriormente. Abandonó el fútbol hará cuestión de tres años, cuando ni Futbolistas Argentinos Agremiados ni su último club, Victoriano Arenas, se hicieron cargo de la operación de rodilla que necesitaba, luego de una severa lesión de rotura de ligamentos. Allí comenzó nuevamente su periplo de “buscavidas”, haciendo lo que estuviese al alcance de su mano para ganarse el pan de cada día. Un futbolista querible por donde se lo mire, que hasta incluso no puso ningún reparo en disputar un partidillo con la gente del más que recomendable blog En Una Baldosa en diciembre pasado. Pero esta no es una historia con final feliz. Para nada. Nunca tienen el clásico “happy end” hollywoodense los relatos de estos héroes anónimos, ídolos de nadie. A principios de mes, cuando terminaba su trabajo como operador de sonido en un local donde tocan bandas de rock en el conurbano bonaerense, fue interceptado por un grupo de malhechores dispuestos a sustraerle vaya a saber uno que, porque Dubois, ese pelilargo metalero, no era justamente de esos tipos a los que uno ve con que pinta de adinerados. La cuestión es que se resistió y fue baleado en las piernas y estómago. El pasado lunes, el “Loco” no pudo resistir las hemorragias internas que las heridas de bala le causaron y abandonó este mundo con más pena que gloria, a los 37 años de edad. Así se terminó el periplo de este auténtico insurrecto del fútbol más ignoto de la República Argentina, ese que se definía como “un payaso que se pinta la cara, pero que se mata por la camiseta”, la vida de un díscolo fanático del black metal que jugaba de marcador central, se untaba su rostro con pintura negra y blanca para enfrentar a los delanteros rivales y no se callaba nada cuando tenía un micrófono enfrente.

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