Los campos de Rosengard

Zlatan Ibrahimovic volvió a deslumbrar con un golazo ante Los Ángeles Football Club. Deshilachemos la profundidad de este jugador.

La movilidad radicada en tiempos de liberalismo, lleva a la división entre ricos y pobres. Es dentro de este plano, donde el Estado pierde su función como asistidor social y redistribuidor de la riqueza. Este alcance corto del Estado, desalienta a la gente, que cada día más desconfia del mismo, debido a un panorama consumista que divide a aquellos que pueden estar adentro y a los que no. Los que se encuentran adentro, trascienden, son pudientes. Los que se sitúan por fuera, no pueden impulsar su transformación ciudadana.

De esta manera, uno de los instrumentos para encontrar ese instante de belleza ante el embrutecimiento que provoca el infraconsumo, es el fútbol. Es dentro de este deporte, donde la persona encuentra un momento de reconocimiento, representatividad y prestigio. Tener una pelota, una cancha y compañeros conforma un idioma universal, donde el individuo encuentra un espacio donde puede atravesar una oportunidad de expresión individual y colectiva, en una estructura social de apartamiento social, cultural y económico.

Hay que mencionar que detrás de toda acción hay una historia. Esta historia invita a Zlatan Ibrahimovic a la escena. Sus orígenes comienzan con su nacimiento en Suecia, de padres inmigrantes de la ex Yugoslavia, donde su crecimiento se dio en una coyuntura pauperizada, junto a sus cinco hermanos, en un complejo de viviendas en el centro de Malmo. Con los años, la estabilidad hogareña no fue tal, debido al divorcio de sus padres. Las mudanzas eran recurrentes entre una casa y la otra.

Con el transcurrir de los años, el enfrentamiento politico, economico y cultural de la guerra civil balcánica disparada en los años 90, entre países que conformaban la ex Yugoslavia, marcó la fracturación social y cultural de la región. Este hecho impulso una nueva tendencia en la vida del padre de Zlatan, Sefik. Una tendencia de desaliento que lo llevo a caer en el alcoholismo, a que la heladera este compuesta por cervezas y que la sonoridad musical invadiera la melancolía de su patria desintegrada.

Estas coyunturas, estos factores externos, llevan a que el sujeto tenga que hacer su camino al andar de manera silvestre y deba acelerar sus procesos de adaptación. Ese andar silvestre, reflejó en Ibra de pequeño- como lo hizo en los equipos en los que estuvo al decodificar cerrojos defensivos con resoluciones llenas de repentización, improvisación, imaginación y gracia- una habilidad para forzar cerraduras y robar bicicletas. Sin embargo, esa “picardía” fue transformada dentro de los campos de juego del complejo de Rosengard, en Malmo, en astucia lúdica.

Es en esos campos polvorientos, donde convivio con multietnias e inmigrantes-que se encontraban al margen del bienestar social- y donde encontró ese elemento de resignificación, reconocimiento y prestigio social. Prestigio que no podía ser pensado y sentido de manera burocrática. La manera de convivir con el fútbol era a través de la fantasía, lo libérrimo, el disfrute, lo disruptivo. Un jugador que se alistaba por fuera de métodos y modelos de juego. Un jugador libre, que a medida que iba escalando peldaños, era sospechado por ser un solista, con excesos de adornos, en tierras de juego disciplinado, colectivo y táctico.

En definitiva, un jugador libertino con condiciones excelsas, con un ego que no solo lo ha llevado a desafiar a la opinión publica y a resolver necesidades del juego, sino tambien a tener momentos de obsesión individual y a caer en irresponsabilidades colectivas.

Partiendo de este punto, cada jugador es una isla con peculiaridades diversas. No olvidemos que Zlatan es un futbolista con sus propias reglas de juego y sus propias pautas de expresión. Es a partir de cada isla, donde se deben comprender las inquietudes, las historias y las virtudes-defectos del futbolista, para entender porque se es como es y así percibir las posibilidades y las obligaciones que tiene y debe tener un jugador para florecer sus condiciones de juego.

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