La selección uruguaya: la presencia del botija
Uruguay goleó 4 a 0 a Ecuador por la primera fecha de la Copa América. Es pertinente hacer una tilde en la evolución de esta selección.


Los equipos se constituyen a partir de las evoluciones creativas. De mirarse al espejo y no gustarse demasiado. El éxito o la perpetuación a ciertos patrones nos hacen sentir cómodo. A veces por pereza, por el no cuestionamiento o por el hecho de que ciertas modalidades de juego nos han llevado a buen puerto, hacen que un equipo de fútbol se ancle en su propia tradición y no evolucione en seguir dotándole a su modelo de juego de pautas que expandan posibilidades y probabilidades a su funcionamiento individual y colectivo.
Uruguay se ha construido como una selección orgullosa de su garra charrúa, de su constancia defensiva, del encasillamiento a pocos metros de su propio arco y estar bien juntos, de utilizar la pelota parada como herramienta de supervivencia, de su corazón por sobre el cerebro, de su voluntarismo antes que el talento. Es así, que atravesó lindos momentos en el Mundial de Sudáfrica 2010-al terminar cuarto- y en la copa América disputada en Argentina, donde salió campeón.
Esos éxitos, llevaron a Uruguay a mirarse su propio ombligo. Es fácil conservarse en el éxito. Modificarse es lo difícil. Se llega a la conclusión de que, si llego a buenos resultados, es por algo. Y ese algo, para la selección charrúa, fue ser un equipo fuerte, aguerrido, solidario, generoso, cancelador de superioridades numéricas del rival, contragolpeador, oportunista y castigador en los momentos indicados.
Sin embargo, a veces las cachetadas deben provenir de la exterioridad para saber qué es lo que está (re) produciendo. Así llego Brasil 2014, la sanción a Luis Suarez y la eliminación en octavos de final en manos de Colombia y James Rodríguez que protagonizo ese Mundial como si fuera ajeno a cualquier contexto. Este hecho, marco en Uruguay un replanteamiento en la forma de ejecutar, pensar y sentir su fútbol. Y cuando hablo de estos tres principios, no hablo de reemplazar la garra charrúa. No. Todo lo contrario: es suministrarle a esta misma, la condición del botija que utiliza la calle para estimular su aptitud técnica, su clarividencia en el pase, su capacidad de riesgo y placer.
Es así, que ahora vemos a un Uruguay que posee el mismo corazón y la misma emoción que le imprime a cada disputa, a cada pelota dividida, pero a la vez visualizamos otra fisonomía: Godin y José María Giménez defienden a 40 metros de su propio arco, la zona central está constituida por Bentancur y Vecino, que poseen otra relación con el juego y la pelota, y es donde el equipo uruguayo pivota y gira a partir de lo que hagan en relación al rigor táctico y a cada intención que le den al pase. Sumado a esto, se le agrega la capacidad goleadora, los desmarques por el frente de ataque, la movilidad, la utilización del cuerpo y de la pelota que poseen Cavani y Luis Suarez.
Hace falta recalcar, que, a diferencia de antaño, estos dos delanteros, son utilizados en zonas más próximas del arco contrario, debido a que Uruguay junta sus líneas a través de la pelota y viaja agrupado hasta campo rival. Esto posibilita, que jugadores como Suarez, que está en un momento de su carrera donde cada vez menos puede ser el “salvador solitario” y entra en desgaste si realiza recorridos largos, pueda accionar con mayor lucidez en zonas de influencia para él.
A veces el deber ganar no tiene dentro de sus necesidades la conformación de un estilo. Es a partir de esta idea, donde al fútbol no le gusta que lo subestimen y a la larga te lo hace saber. Es por eso, que uno puede ganar o perder, pero siempre es bueno no descuidar al juego y agregarle nuevas soluciones y metodologías para acercarse al resultado.