Holanda: lo colectivo como contemplador

Holanda cayó eliminada frente a Portugal en la primera edición de la UEFA Nations League. Es momento de hablar de su proceso.

El tiempo de ensayo en selecciones es totalmente diferente a las de un club. Cuando uno es entrenador de un país, debe acelerar los plazos de adaptación y convive a contrarreloj para poder armonizar las diversas características, personalidades, inteligencias, posiciones y funciones. Es desde este punto, donde el interprete hace a la idea y su interacción con el juego y el funcionamiento. Es de este modo, donde cada jugador que arriba a su selección, proviene de distintos clubes donde se desarrollan diferentes idiosincrasias de juego, pensamientos en cuanto a sentir, pensar y ejecutar el fútbol, compañeros con múltiples virtudes y defectos. Ensamblar y gestionar todo eso, es una dificultad que tiene a mano el técnico de selecciones.

Hay países que tienen incrustado dentro de su poder, una forma de reconocerse y ser reconocidos a través del juego. Holanda es de esas selecciones donde además de ser reconocida por la camiseta naranja, también debe ser emparentada a través de un espejo donde hay un poder simbólico, una historia, jugadores que dejaron un legado. Legado que tiene un sentido de pertenencia y que tiene un hilo rojo relativo a tener jugadores aptos técnica y conceptualmente, con clarividencia en el pase, circulación rápida de la pelota, movilidad, el juego de conservación, pensar y tocar rápido, presión constante, recuperación post perdida.

Holanda, luego del Mundial 2014, perdió estabilidad. Y la continuidad generacional te lo da el juego. Se anclo en el relegamiento de la pelota, en el correr de un lado hacía el otro, en los ajustes defensivos y se olvidó de potenciar el virtuosismo y otorgarle variantes. No hay que olvidar que el deber ganar debe tener como necesidad un estilo, el sostenimiento de una identidad. Y cuando esto se subestima, el juego te lo hace saber. Es como una planta: si no la regas, se marchita. Y cuando se marchito, Holanda se vio con que no clasifico a la Eurocopa de Francia 2016 y al Mundial de Rusia 2018.

Sin embargo, el fútbol siempre tiene una hoja en blanco donde se puede seguir construyendo sobre aquello que se tiene y lo que se ha olvidado. Holanda modifico su proceso generacional y llegaron jugadores cómo De Jong, De Ligt, Van Dijk que estimulan un aire fresco donde se reconoce que con estos tipos de jugadores se puede jugar mejor, tener una mayor solvencia, optimización en las intenciones ofensivas, equilibrio y desequilibrio a partir de la pelota.

Como dijimos, un equipo requiere de la armonización entre los integrantes. ¿De qué manera debemos edificar sociedades? Las complementariedades surgen a partir de las afinidades, de las empatías. Y cada jugador tiene sus inteligencias. No es lo mismo para De Jong, tener a Van de Beek entre líneas, que tener a Wijnaldum. Cada jugador es distinto y tiene su particularidad en cuanto a su relación con los tiempos y los espacios. Relativo a esto, el juego aumentará o disminuirá las condiciones de circulación y el estado de confort entre las partes.

Es satisfactorio que Holanda tenga materia prima que satisfaga la cultura del pase. Especialistas que sean hijos del juego. Pero como todo hijo del juego, requiere de especialistas de los últimos metros, que produzcan caos, que irrumpa en el resultado a través de la improvisación para romper con la monotonía. Es una lastima que no tenga un futbolista, perteneciente a la elite, que disminuya la previsibilidad. Una pena que no esté Robben. Hay cuestiones donde no llega la cultura del pase y si la gambeta para romper con las estructuras rivales.

Elementos tiene el conjunto holandés. Veremos cómo se optimizan y se capitalizan esas herramientas y cómo se las hacer coincidir. Al no poseer un jugador top en su fase de finalización, es donde lo colectivo, el codo con codo, la suma de las partes debe servir de contemplador.

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