Si el fútbol no fuera amistoso con las paradojas…
El Manchester City se coronó campeón ante una maratónica liga con el Liverpool. Un torneo que marco la regularidad de los dos equipos.


Desde que el futbol se entrometió con la división industrial del trabajo, la productividad y el consumismo comenzaron a regir el tiempo de ocio de las personas. El concepto de máquina y reloj, que sobrevoló con la revolución industrial, llevó a que la gente pasara más horas en el trabajo que teniendo momentos recreativos. En el deporte sucedió algo similar desde un costado mercantil. El que vende o el que genera plusvalía es el que a cambio produce resultados. Si cosecha estadísticas redituables trascenderá y el que no, será olvidado. Y así vivimos: en la oscilación del recuerdo y del olvido dependiendo del rendimiento de la próxima jornada.
El resultado es importante, pero nunca se ha sentido tan cómodo como hoy en día. Quizás el Liverpool, entre tantas multicausas que se pueden analizar en su victoria frente al Barcelona, tuvo en su cabeza la frase “no tengo nada que perder”. Frase que suele impulsar el instinto voraz y la inconsciencia que necesita el deportista para ser ajeno al contexto, a las obligaciones, a las presiones. Cuando uno no puede apartarse del entorno, se aplica la conservación y se anula la innovación. Cuando el tener supera al ser, es donde los equipos y los jugadores reducen su capacidad creativa, dinámica y astuta.
Sin embargo, hay ciertos reductos donde se cambia el conservadurismo para recrear equipos determinados, atrevidos, avasallantes y osados. Técnicos como Klopp o Guardiola, generan ese antídoto o anticuerpo que le permite a sus conjuntos, despojarse de las cadenas del resultado para luego desatarse. Y ese desatado está ligado a lo liquido, a la ruptura de esquemas, al impulso de modelos de juego, a la flexibilidad. Yendo a por caso, el City de Pep, en su victoria frente al Brighton, llevo a cabo, en su catalogo de juego, la pirámide invertida. Modelo de juego versátil, dúctil y policromático.
En esa versatilidad, algunas contraposiciones buscan situar a Guardiola en un anclaje. Sin embargo, el catalán habla de que su idea madre es estimular la utilización de la pelota, pero al mismo tiempo tiene su condición múltiple y ecléctica para adaptarse a los contextos y a los ingredientes que tiene a mano. Porque no es lo mismo, tener a Agüero que a Lewandowski y a Muller, que atacaban el juego aéreo como pocos, en tiempos del Bayern de Pep. Porque no es un escenario idéntico tener a Messi que no tenerlo. El argentino solucionaba situaciones que surgían en un partido por sí solo. Es de esos jugadores que se salen del método. Es por eso, que el arribo de Pep a Munich y a Manchester le hizo entrar como nunca antes a la cocina del juego para solventar la ausencia de Leo. Y eso, al mismo tiempo, lo hizo un mejor entrenador, porque le mostro sus propios defectos y lo puso a prueba para ver de qué manera podía implementar su manera de ejecutar, pensar y sentir el fútbol con otro tipo de jugadores, con otro tipo de idiosincrasia, con otro tipo de adversarios.
Hay que decirlo: Guardiola no es de contemplar un cuadro de forma eterna. Busca cambiar para ser cambiado. Llegó a un club inglés, que no tenía tradición ni cultura de juego. Solo tenía la adquisición del talento que permite el dinero de los magnates. Pero era un lienzo blanco, que incluía un desafío para Guardiola en la adquisición de un nuevo idioma. Pero una persona es por los objetivos que se propone. Y en eso, no es para nada convencional el catalán. A algunos, el éxito los hace perpetuar en un sitio determinado. Él no. En el momento en el que el Bayern impulso el juego de posición como nunca antes, es ahí donde emprendio la busqueda de nuevos horizontes. Como decíamos: no se queda contemplando la obra, sino que busca como puede armonizar nuevos intérpretes, una nueva cultura y evolucionar en otros ecosistemas.
Esa consistencia en la obsesión por ser una mejor versión que antes, llevó a que sus equipos compartan la estabilidad a través del juego. No es gratis, que Guardiola le haya ganado la maratón de la Premier League al Liverpool de Klopp, que perdió tan solo un partido. Estos torneos son los campeonatos de la regularidad, donde la revalidación de la idea tiene que tener una expansión en el tiempo para lograr coronarse. Lo curioso es que el Liverpool también hizo perdurar su funcionamiento colectivo e individual para lograr la distinción. Pero como sabemos, el fútbol presenta realidades paralelas. Si el deporte no fuera amistoso con las paradojas, el Liverpool seria campeón.