Kalidou Koulibaly: el futbolista entre el sectarismo social

Koulibaly recibió canticos racistas durante el partido frente al Inter de Italia. En el siguiente artículo, desmenuzamos el hecho sucedido.

Tuve la dicha de ir a un congreso que tenía como disparador el entendimiento del hecho violento en el fútbol argentino. Me hubiera gustado intervenir, pero no lo hice. Si bien es saludable darle a la explicación de la violencia dentro del futbol una connotación mucho más profunda, sociológica y critica, al mismo tiempo me hubiera gustado decir que la situación es relativa y que este deporte tiene un gran poder formativo. De que uno busca seducir con lo mas valioso que es la educación. Que uno intenta dignificar al fútbol y trata de erradicar su lado toxico.

Sin embargo, el lado odioso esta a la vuelta de la esquina. El futbolista debe convivir con las obsesiones del sectarismo, donde la visión sobre la sociedad se divide entre lo que es bueno y lo que es malo. Es ahí donde se naturaliza la división entre el enemigo y el amigo. El amigo esta adentro y el enemigo (el extranjero) siempre está del lado de afuera y debe ser extraído de la sociedad tarde o temprano. Ante este contexto, es donde se generan las barreras sociales (etnias, clases, naciones, etc.).

En esa construcción de identidad, que desplaza clases, genera odio, crea y mantiene enemigos y no reconoce al otro, es donde se naturalizan ciertos consensos y se encasilla al sujeto en pensamientos binomiales: negro-blanco. Pensamientos, que se vislumbraron el miércoles pasado, donde el central del Napoli, Kalidou Koulibaly, senegalés nacido en Francia, recibió agresiones racistas durante el partido disputado en el Giuseppe Meazza, por parte de la parcialidad del Inter. Días después, el fútbol, como deporte paradojal que es, llevó a que el Inter consiga la victoria frente al Empoli, con gol de Keita, que al igual que Koulibaly, es senegalés y de piel negra. Seguramente, el gol fue gritado. Porque ante un gol, todos somos parte de la misma nacionalidad, nos importa más el escudo y no quien lo lleve puesto.

Dentro de ese fútbol sectorizado, es donde se genera la entronización del presente. Entronización que esta ligada con la emoción. Y la emoción no es buena, ni mala, es. En el documental, “Les Bleus, una historia de Francia, 1996-2016”, nos muestra que la emoción puede llevar a unir a diferentes etnias (negros-blancos-árabes) cuando se sale campeón del mundo en 1998, cómo también considerar enemigos nacionales a aquellos que caen en la derrota. Esto me lleva a pensar tres cosas: la psicología del resultado llega a lugares insospechados, la emoción no es de fiar y el fútbol puede calmar, pero no es la cura de aquello que esta resquebrajado de base.

Esto conforma un entorno, donde la emoción no es hija de la razón. La misma persona que actúa dentro del ámbito del fútbol, no se comporta igual en otros espacios sociales. La identidad construida dentro de este deporte es establecida cómo una identidad sustancial más que superficial. Más real que imaginaria. Una identidad que sacraliza símbolos, que le otorga al fútbol un valor vital, pasional, religioso, patriótico. Es en ese ámbito, donde la emoción desmesurada convive y aprovecha cualquier oportunidad para expresarse. Koulibaly, jugador de piel negra, era la clara posibilidad, para el sectarismo, de hacer notar el acto racista.

Esta distorsión del fútbol, nos aleja de aquello que pensábamos sobre este deporte cuando nos sumergimos a través de él cuando éramos niños. Era un momento sencillo, de regocijo, genuino y comunitario. ¿Era una pasión? Sí, pero de juguete. ¿tenía un gran significado para nosotros? sí, pero no más.

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