Copa África 2015: Ghana, el balón y los niños sumisos
Un grupo de niños, auténticos esclavos de la esperanza, en la concurrida capital de Ghana se han convertido en los niños sumidos de Accra

Peter, Moussa, Nathaniel y Jeffrey, no pudieron seguir su camino. Su sueño, como el de André Ayew, era el de su país. Convertir el balón en su vida, en su disfrute y en su sustento. Un entorno adecuado por la saneada economía familiar, los contactos adecuados para mantener a flote sus condiciones y el gen ganador ya inculcado en su sangre, permitieron a André (uno de los hijos del famoso Abedí Pelé y recientemente elegido mejor jugador de África), tener al menos la opción de demostrarlo. El balón empujado por el grito de una hinchada apasionada en una noche de gloria europea, era la visión compartida cada noche por este grupo de niños, auténticos esclavos de la esperanza en la concurrida capital de Ghana.
Desde los años 80, Accra no sólo es el corazón futbolístico del país y del continente, sino también, el de la picaresca ilegal, la ley no escrita del balón en estas latitudes. Un enclave donde la pelota es, desde el primer día de vida, la única esperanza real de los niños para poder escapar de las turbulencias cotidianas. Las academias futbolísticas representan la visión más expectante y una vía de escape ideal sobre la que asentar sus metas personales. De allí han salido en los últimos tiempos muchos de los mejores jugadores africanos. Esa fama, ha congestionado el sueño, hasta el punto que hoy en día existen unas 500 escuelas ilegales en la capital. Su única misión, sacar todo el dinero posible a familias humildes que lo arriesgan absolutamente todo a la carrera de niños, que desde ese momento, pasan a ser esclavos de la pelota.
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Cientos de ojeadores visitan cada esquina y barriada de Accra en busca de genialidad, de chispa, de talento. Hay lucha, ambición y sacrificio, pero a su lado, un cúmulo de contratos que atan la vida de chicos de 7-8 años a la de personas dudosamente cualificadas para hacerles progresar en sus habilidades futbolísticas. ‘Profesores’ que no recuerdan ningún club donde se vistieron de corto, que vagamente serían capaces de escribir sobre un papel las letras de su himno y que, desde luego, sólo dominan un arte, el de la delincuencia. Niños que dejan de asistir a las escuelas. Familias que ahorran de sol a sol. Buscan la salvación global en los pies de un crío al que han inculcado falsas promesas. En el mejor de los casos, acabarán sin papeles y de madera ilegal en cualquier techado de Europa, pidiendo clemencia para alimentarse lejos de los focos mediáticos que ahora ven en cada balón.
Entrenan en la playa desde primera hora de la mañana, no tardan en atrincherarse durante horas en la orilla y visten camisetas pigmentadas que, en algún momento, intentaban parecerse a las que pretenden representar en el futuro. Son vinculados desde muy temprana edad a cargo de supuestos ‘agentes’, auténticos depredadores de sueños y manipuladores, que encuentran víctimas ideales en aquellos sonrientes niños, que desde ese instante pasan a creerse especiales y privilegiados en tierra de lobos. La trata de estos chicos, que encuentran como única alternativa un viaje de ‘alto standing’ en cayucos por las rutas marítimas habituales, es uno de los grandes problemas ya no sólo de Ghana o de Accra, sino del propio fútbol, que pierde su credibilidad y desangra sus virtudes.
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Hace unos años, en La Tejita, una playa de Tenerife, aparecieron 130 jóvenes africanos a bordo de un pesquerito de arrastre. Hipotermia y deshidratación a partes iguales pero, además, sueños rotos. 15 de ellos, eran adolescentes engañados, pues se habían embarcado con la promesa de recibir a cambio unas pruebas para jugar en el Olympique de Marsella y Lyon (clubes franceses de primer nivel que han tenido o tienen en sus filas a jugadores de Ghana, como el propio Ayew o el icono nacional, Michael Essien). Las investigaciones demostraron que en la mayoría de los casos, es habitual que se compren y se vendan pasaportes para jugadores jóvenes en círculos diplomáticos.
Malviviendo como okupas en suelos abandonados, encarcelados hasta poder ser deportados, vendiendo dvd’s al silbato de la policía o ya de regreso en su país, la lacra es idéntica en todos los casos, haber dejado a su familia en la más absoluta ruina. Historia deleznables, horribles, dramáticas, que han encontrado unión y esperanza en Culture Foot Solidaire (organización benéfica creada para ayudar a jóvenes africanos que fueron abandonados tras viajar a Europa con falsas promesas futbolísticas). Su objetivo y labor diaria, es localizar por las calles francesas a chicos, niños y adolescentes que cayeron en los tentáculos de estas mafias y que ahora, en el mejor de los casos, aún mantienen la respiración. Las drogas y el alcohol son un peligroso anestesiante para aquellos que sí lograron hacer las pruebas y nunca consiguieron una ficha profesional. No pueden agachar la cabeza y regresar, por lo que deciden vivir como ilegales. Un plan B para niños que pasaron de la esperanza a la sumisión…