Las dos caras de Qatar 2022

Qatar pretende construir una cuidad exclusivamente para acoger la Copa del Mundo en 2022. Analizamos el descabellado plan "Lusail"

Lusail. Así se llama la ciudad que Qatar pretende construir exclusivamente para acoger la Copa del Mundo en 2022. En apenas ocho años, el país que albergará el mayor espectáculo del fútbol se gastará alrededor de 45.000 millones de dólares en 22 kilómetros cuadrados de “ambiente inteligente, pacífico e inspirador” según la Lusail Real Este Development Company. Con 19 barrios de lujo, cuatro islas “exclusivas”, distritos comerciales y un icono en forma de estadio que servirá como imagen mundial del que pretenden que sea el mejor Mundial de la historia. Diseñado por Norman Foster -arquitecto de la torre de Bankia en Madrid o el propio Camp Nou- el estadio contará con 86.000 localidades, energía solar en todas sus esquinas y una inversión de más de medio millón de dólares en la gran revolución tecnológica que haya sufrido el fútbol: nubes artificiales para combatir los más de 50º de temperatura que sufre el país qatarí, junto con unos escudos de fibra de carbono que cubrirán el recinto gracias a los motores alimentados por la propia energía solar. Y toda esta ciudad de ensueño debe estar lista en el espacio de tiempo que suele emplearse para construir un único estadio de fútbol en cualquier otra parte del mundo. ¿Cuál es el secreto?

Simple. Este faraónico proyecto no podría tener otro adjetivo más acertado dado que los constructores que trabajan en él gozan de las mismas condiciones de las que disfrutaban los esclavos egipcios. Inmigrantes que no bajan de las 14 horas de jornada por un sueldo que apenas les llega para comer día a día y bajo un sistema denominado como “kafala” que permite a los empleadores detener a sus trabajadores si cualquiera de ellos intenta huir del país. Las constantes violaciones de los derechos humanos no hacen más que ratificar los argumentos de los detractores de este mundial, que siguen defendiendo que Qatar debe ser despojado de sus funciones de acogida, que además se unen a las acusaciones de soborno dentro de la FIFA -entre los que se incluye la Federación Española- y a los demoledores informes que la Confederación Sindical Internacional ha publicado en las últimas fechas, que cifran en 4.000 los posibles trabajadores muertos de aquí a la fecha de la inauguración por las terribles condiciones laborales, la muerte de 44 trabajadores nepalíes que The Guardian destapó debido a insuficiencias cardíacas fruto del asfixiante calor desértico y las declaraciones del gobierno qatarí reconociendo el fallecimiento de más de 1.000 trabajadores en los últimos tres años en sus construcciones, de las cuáles 246 habían sido producidas por “muerte súbita cardíaca”.

Este es el precio que actualmente se está pagando para acoger una gran cita del tamaño del Mundial o los Juegos Olímpicos -véase el caso de Sochi en Rusia. En manos de la sociedad y sobretodo de las manos que mueven los hilos y deciden quién debe y quién no organizar este tipo de eventos recae la responsabilidad de mostrar al fútbol como aquél deporte que rompe barreras y une al mundo, o como aquél en el que se cambió el verde césped por el verde dólar a costa de explotar a medio mundo. La cruda realidad del negocio del balón.

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