Bayern, la mágica historia de Conny Torstensson
El conjunto bávaro ya fichaba los jugadores más potentes de sus rivales directos

El Bayern Munich disputará el próximo sábado su décima final de la Liga de Campeones, un camino que comenzó en 1974 con aquellos dos encuentros ante el Atlético de Madrid en Bruselas. En la primera ronda de la Copa de Europa 1973-74 el Bayern vivió un auténtico calvario ante el Atvidabergs sueco. La historia que derivó de aquel enfrentamiento tuvo a Conny Torstensson como protagonista, y representa un caso insólito en el camino de la competición...
¿Qué pensarían si Renan Bressan o Vitaly Rodionov fuera alineados con el Bayern Munich en la final de Wembley? Los dos jugaron la primera fase de la Liga de Campeones en las filas del BATE Borisov, donde quedaron terceros en un grupo liderado por el Bayern. La situación, hipotética obviamente, no podría llevarse a la realidad debido a las estrictas normas de la UEFA, pero sin embargo esa situación fue justo la que vivió en 1973-74 Conny Torstensson, el excelente delantero que representó a Suecia en los mundiales de Alemania y Argentina durante la década de los setenta.
El Bayern Munich inició en 1973 su tercera participación en la Copa de Europa. Lo hizo enfrentándose a un casi desconocido club sueco, el Atvidabergs, debutante en la competición. En este equipo de la ciudad de Åtvidaberg (justo a mitad de camino entre las famosas Estocolmo, Goteborg y Malmoe) jugó en los años sesenta un español: Antonio Durán Durán, todo un mito en el fútbol escandinavo. Y es que el Atvidabergs estuvo muy cerca de eliminar al Bayern de los Beckenbauer, Maier o Gerd Muller.
El 19 de Septiembre de 1973, el Bayern derrota 3-1 al conjunto sueco en el encuentro de ida de la primera eliminatoria de la Copa de Europa. El estadio Olímpico no se llenó, aunque la afición bávara presentía que aquel equipo que había conseguido la liga unos meses antes haría historia. Múnich era una ciudad abierta al futuro, el motor de la nueva Alemania recuperada tras la segunda guerra mundial. El Olympiastadion por su parte, con su diseño espectacular que evocaba al movimiento en sus marquesinas y cables colgados del cielo, era un símbolo perfecto de aquel progreso. Sin embargo, los Juegos Olímpicos de 1972 embadurnaron de sangre la perfección alemana; la masacre en la que perdieron la vida once miembros del equipo israelí fue un duro golpe para el comité organizador y en general para la ciudad.
La selección alemana y más concretamente el Bayern Munich deberían hacer creer al mundo que su entorno estaba limpio tras aquel suceso, que aquel asalto terrorista no fue más que una transgresión al corazón europeo del deporte. Y es que mientras la RDA organizaba el mayor sistema de dopaje a gran escala jamás creado y el Reino Unido se preparaba para vivir los oscuros años ochenta, Alemania Occidental había dispuesto su maquinaria para dominar el deporte únicamente con el espíritu de superación y el orden como bandera. La selección alemana de fútbol fue el mejor ejemplo de ello, pero también el Bayern, que en base a un gran trabajo de captación de talentos se iba a convertir en el mejor equipo del mundo. Pero la historia, tan generosa con el Bayern como ingrata respecto a los que se cruzaron en su camino, ha olvidado el comienzo de aquel reinado europeo. El gigante bávaro estuvo muy cerca de hacer el ridículo en la primera ronda de la Copa de Europa 1973-74.
Tras ganar 3-1 en la ida al Atvidabergs como hemos citado anteriormente, en el partido de vuelta disputado en Suecia nada de los previsto por el Bayern fue puesto en práctica. En el minuto 6 Conny Torstensson adelantaba al humilde equipo sueco; el primer aviso para un Bayern que aquella noche sentiría verdadero pavor y ganas de no haber salido de Alemania. Antes de que se cumpliera el cuarto de hora, el Atvidabergs ya ganaba 2-0. Beckenbauer estaba perdido, Muller desaparecido y Paul Breitner irreconocible. En medio de la fiebre sueca llegó el tercer gol, otra vez Torstensson. El Bayern estaba prácticamente eliminado de la competición a falta de 15 minutos.
Y entonces, justo cuando los alemanes vagaban por el campo de juego condenados y resignados a volver a su país tras hacer el ridículo, el "todopoderoso" gigante bávaro descubrió el hechizo para convertir en oro un balón suelto. Fue el primero de tantos, desde luego el gran preámbulo de lo que ocurriría en la final de esa edición ante el Atlético de Madrid. Una pelota de Uli Hoeness terminó en el fondo de la portería sueca, permitiendo al equipo forzar la prórroga en el último suspiro... Ese día nació el verdadero Bayern Munich.
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Ganaron los alemanes en la tanda de penaltis pero tomaron buena nota del martirio sufrido. Tras la victoria, no dudaron en firmar en ese mismo momento a la estrella local, el hombre que había estado a punto de enviar al Bayern a la mina de trabajos forzosos, Conny Torstensson. Lo ficharon y el sueco terminó jugando la final de la Copa de Europa en esa misma temporada.
La noche de Åtvidaberg el Bayern aprendió a no dar una eliminatoria por perdida, tampoco por ganada. Pero sobre todo mecanizó un concepto que repetiría hasta la saciedad en las siguientes décadas: refuérzate con lo mejor de tu enemigo, de esa forma conseguirás debilitarle. Conny Torstensson podría haber sido la mejor baza de ataque para cualquier club europeo, sin embargo ganó las tres siguientes finales de la Copa de Europa jugando en el Bayern.