Mutu, el pecado imperdonable

Llamado a ser una estrella, todavía paga por sus errores del pasaso

Adrian Mutu estaba llamado a ser una de las estrellas del fútbol mundial y reunía condiciones para serlo, pero sus pecados le han condenado. Repasamos el fracaso de uno de los mayores desperdicios de talento de los últimos años.

La Iglesia católica, ese ente perenne en la historia, de poder incalculable y generador de conflictos en todo el mundo (ya sea por aquellos que lo defienden o por los que están en desacuerdo), sabía desde el principio de los días que los seres humanos tomaríamos en ocasiones decisiones equivocadas. Según sus principios, todo fiel puede ser perdonado de sus pecados mediante la Expiación de Jesucristo y a través del arrepentimiento. Un proceso basado en la confesión, petición de perdón ante aquellos que hemos dañado y, si es posible, reparación del daño causado. Sin embargo, hay algunos errores que no encuentran perdón jamás, son los llamados ‘pecados imperdonables’.

Está claramente especificado en las Escrituras, que la gracia de Dios es suficiente para perdonar cualquier pecado que el hombre cometa, sin embargo, el mismo Cristo enseñó que el que “blasfema contra el Espíritu Santo” no será perdonado nunca. La blasfemia es presumir, reivindicar el “derecho” de perseverar en el mal y rechazar al perdón. Una serie de obstinaciones estas que, desde luego, no ha cometido Adrian Mutu, enfrascado desde hace años en un camino sin retorno y que pueden llevar al caos absoluto al último gran crack del fútbol rumano. A él, por ahora, nadie le levanta su pecado y este, a diferencia de la blasfemia, no es ‘imperdonable’.

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Es cierto que el chico de Pitesti (región histórica de Valaquia, en Rumanía) nunca ha sido un santo y tampoco pretendía serlo cuando saltó a la fama en su región con tan sólo 18 añitos. ¿El motivo?, un debut por todo lo alto de uno de los chicos de la ‘casa’, criado en el hoy desahuciado Arges Pitesti (de la Liga II rumana). Adrian tenía, según palabras del psicólogo Florin Tudose (compatriota suyo) “un gran talento”, algo que le salvaba pues era “un niño mimado incapaz de aprovechar lo que los dioses le han ofrecido”. En el césped no tardó en demostrar lo primero, su capacidad y calidad, pues apenas dos años más tarde fichó por el Dinamo de Bucarest, marcó 18 goles y fue protagonista absoluto en el ‘doblete’ de los Cainii Rosii (perros rojos). Sus grandes registros, una envidiable pierna zurda y la juventud que aún guardaba, le llevaron directos al estrellato aunque al lugar equivocado donde tantos otros cayeron, el Inter.

Aseguran en su país y aquellos que han vivido a su lado, que en aquellos años el extremo era un auténtico torbellino. Amigo de fiestas con caché, de noches sin tregua de alcohol y de peligrosas carreras a bordo de bólidos asombrosos que, como no podía ser de otra manera, sólo conocieron denuncias y retiradas de carnet incluso antes de poseer la licencia exigida. Sin embargo, la pelota le quería. A los diez minutos de su debut como neroazzurro marcó su primer tanto, brilló en una aventura en busca de minutos en el Verona y acabó su total adaptación al Calcio y su progresión como jugador de nivel en el Parma, donde se cruzó con Cesare Prandelli que, a la postre, iba a ser determinante en su carrera. Una veintena de goles como parmesano le colocaron en el mercado de los ‘gigantes’ y allí apareció el Chelsea para llevárselo al siempre singular fútbol inglés por 23 millones de euros.

Su carácter ganador y osado le hizo ver océanos donde sólo había charcos (que diría Cómplices), equivocó la fama, el dinero y la noche, tres combinaciones que, en su justa medida pueden dar alegrías puntuales pero que, mal mezcladas, producen una resaca interminable que puedes pagar muchos años después. Pese a debutar (de nuevo) con un gol espectacular y dejando sensaciones espléndidas, Mutu se cansó de la vida futbolística y, en plena guerra con su técnico (Claudio Ranieri por entonces), dio positivo por cocaína en un control durante septiembre de 2004. Este se realizó fuera de competición y el club inglés rescindió el contrato en octubre de 2004. La Federación Inglesa le suspendió durante siete meses y la Liga Inglesa dictaminó que la mala conducta del rumano fue una ruptura unilateral del contrato sin causa justificada. El jugador apeló al TAS, argumentando que fue el club de Stamford Bridge el que rompió el contrato al despedirlo, pero el tribunal, en diciembre de 2005, sentenció que “la mala conducta de un jugador debe ser considerada como un incumplimiento de contrato unilateral”.

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Trabajó por mostrar al mundo del balompié que aquellos días de chico rebelde habían quedado muy atrás y cuando todos le habían dado la espalda en un gesto evidente por evitar problemas con la justicia, Fabio Capello le devolvió al planeta fútbol en la Juventus, donde volvió a sentirse futbolista. Debido al escándalo del Moggigate acabó en la Fiorentina, un equipo rearmado para colocarse entre los grandes de Italia, que reivindicaba su lugar y que ansiaba el perdón por los fallos del pasado, algo que le unía incondicionalmente al que fue en unos meses su nueva estrella. “He encontrado la serenidad en Florencia, junto a Prandelli de nuevo. De ninguna manera me marcharé. Respeto la decisión que tomé en un periodo delicado de mi vida pero ahora nadie me puede comprar”, dijo justo cuando las portadas volvían a encumbrarle por su estupendo momento como crack viola. Pero aquello duró muy poco.

Sin embargo, la pesadilla de sus noches londinenses le ha devuelto a la desidia. El Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) había sentenciado en mayo de 2007 que la FIFA tendría que fijar la cantidad que el delantero debería pagar al Chelsea. Lo último, evidencia que el máximo organismo se ha ensañado con el rumano al que obliga a pagar casi 17 millones de euros al club londinense como cantidad compensatoria. No hace tanto que Mutu era jugador clave para Prandelli (más allá de algunos problemas físicos), pero y no aparece en primera plana y su llama se apagó. Nunca más se alzó en la Toscana, sucumbió en Cesena y subsiste cada vez que deja detalles de talento en un Ajaccio donde, a sus ya avanzados 34 años, aglutina días hasta su adiós. Cometió un error, sí, un error imperdonable, el de no interpretar bien todo su potencial...

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