España-Francia de 1981: cuando Larios no era una ginebra
Iván Castelló nos recuerda lo que sucedió durante un amistoso entre España y Francia disputado en 1981 en el Vicente Calderón.
La helada noche del 12 de febrero de 1981, poco antes del golpe de Estado de Tejero, apenas unos 15.000 sufridos seguidores nos llegamos hasta el estadio de la Ribera del Manzanares para ver, no al Atlético, sino a la selección española. Era un amistoso, eso sí, de cierta alcurnia contra el vecino francés, en el periodo de entre guerras que iba desde el fracaso en la Eurocopa de Italia 80 con Laszlo Kubala de seleccionador al infame y posterior Mundial de España 82 con José Emilio Santamaría de ideólogo del ridículo.
Entonces, a mitad de camino, España se preparaba ya con el argentino poco a poco para ser anfitriona del fútbol mundial con amistosos complicados, tipo la visita de la emergente Francia de un tal Michel Platini. Su fama empezaba a cruzar los Pirineos aunque luego lo que cruzó realmente fueron los Alpes para llegar hasta la falda, hasta Turín, a la Juventus. Si ya sonaba Platini, no era aún tan famoso Jean-François Larios (nombre de ginebra de batalla que escondía el elixir de un futbolista de excelso trato de balón, falso nueve). Poco se sabía, en realidad, de nada en los lares patrios de la época, siempre tan cerrados a la información exterior tras 40 años de dictadura opaca que, de paso, se parece fonéticamente ‘a de Paco’.
Larios, con un talento enorme y que fichó en 1983 durante un mes por el propio Atlético de Madrid, era el complemento perfecto de Platini, aunque un serio problema de faldas (y eso son palabras siempre para mayores y más aún cuando son los inventores del término ‘affaire’) les alejara posteriormente de toda relación, también profesional.
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El caso es que allí estábamos mi padre, mi tío, mi primo y yo a mis 14 años de espinilleras y espinillas, sedientos de fútbol para mitigar el frío de darle la espalda al río en la tribuna superior alta, cuando el partido salió de los flojos. España, en especial en el primer tiempo, no estuvo jamás cómoda, demasiado pendiente del oponente, que quizás era mejor. No, seguro que era mejor. El arbitraje casero del rumano Carol Juria ayudó lo suyo para desquiciar a los franceses con dos posibles penaltis no pitados y un gol anulado a Larios por presunta falta a Zamora en su cabezazo a los 17 minutos. Todo, pues, encarrilado hacia un mejor resultado (peor, imposible) en la segunda parte.
En el descanso, precisamente, es cuando mi primo y yo conseguimos convencer a nuestros respectivos padres de que queríamos tener ya nuestra banderita roja y gualda, siempre reticentes ellos a la figura imperial del águila y a lo que había representado hasta la transición. Esa noche, sin saberlo, cayó otro muro que pertenece a la esfera de lo privado y que ahora recuerdo con nostalgia: la libertad de sentirse español sin más zarandajas empezaba a construirse en un país que lo necesitaba y que lo encontró, primero, sustituyendo el escudo. Aunque sea cierto que no se ha ejemplificado mejor que recientemente con los éxitos unificadores del presente, dos Eurocopas y un Mundial, aires vigentes y siempre presentes de las comunidades históricas aparte.
Pero, para necesitado, el fútbol de la España de entonces. Con un trío ofensivo rápido, por Juanito y Rubio (el fino extremo del Atlético en su única aparición como internacional) para enganchar con otro mito, Santillana, la Roja se estrellaba en la firme zaga francesa. Allí dominaba un tipo de bigote (sí, hubo futbolistas con bigote) llamado López (Lopéssss en francés) y un rubio cuasi alemán de mofletes rosados de apellido Specht. Hasta que este último cometió la torpeza de regalar un penalti por empujón a Santillana a cuatro minutos del final que el recordado Juanito, con una larga ‘paradinha’ muy protestada en vano, transformó en la victoria española por 1-0. A todo esto, Platini, en un apunte de lo que vendría después con su gol a Arconada en la final de la Euro 84, tiró un libre directo al larguero de la portería de Luis Miguel. No fue su noche. Tampoco la de Larios. Les faltó más pegada y arbitraje conciliador para ganar sobrados a una España que repite duelo en el mismo escenario ante el idéntico rival, pero con un fútbol prometido de ensueño. Esla diferencia ¡Cómo hemos cambiado!
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