El Valencia de Fernando Gago, ¿cambio de signo?
Después de vender durante años, compra

Fernando Gago, reciente fichaje del Valencia, se ha convertido en la primera gran “estrella” que firma el conjunto blanquinegro en varios años, donde la austeridad ha sido la pauta, y las ventas de grandes estrellas, el sello de identidad de un club que, en 8 años, ha pasado de ser el mejor equipo del mundo, a tener que deshacerse de sus jugadores más importantes casi cada año.
El Valencia Club de Fútbol puede ser el caso más llamativo en el fútbol español de los últimos tiempos desde el punto de vista financiero/económico, y más si se analiza la última década y media, en la que el equipo blanquinegro ha pasado de fichar a algunos de los mejores jugadores del planeta como Romario, a vender a 6 campeones de Europa y del Mundo como David Villa, David Silva, Juan Mata, Carlos Marchena, Raúl Albiol y Jordi Alba por más de 130 millones de euros.
En 1997, el Valencia que entrenaba Jorge Alberto Valdano y presidía Paco Roig (hermano mayor de Fernando, presidente del Villarreal, y de Juan, presidente del Valencia Basket Club y dueño de Mercadona), contaba en sus filas con jugadores como Andoni Zubizarreta, Jocelyn Angloma, Amedeo Carboni, Miroslav Djukic, Luis Milla, Gerard López, Ariel Ortega, Romario… Ese equipo estaba montado a golpe de talonario para conquistar la Liga, y todo acabó en una temporada discreta, con Valdano cesado en la jornada 3, y con Claudio Ranieri contratado para sacarle brillo a un plantel en el que no creía.
Ese fue el punto de inflexión para una institución que se encontraba en descenso el 7 de diciembre de 1997 tras empatar a 1 en Anoeta con un gol salvador del entonces casi desconocido Gaizka Mendieta, y que apenas 7 años más tarde, acumuló 6 títulos, jugó dos finales de la Champions League, y fue declarado por la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS), como el mejor equipo del mundo en 2004. Aquella tarde fría y lluviosa en San Sebastián, con cerca de 500 valencianistas en las gradas aprovechando el puente de la Inmaculada, nada hacía indicar que el Valencia pudiera llegar a ese punto. Ni el más optimista y acérrimo de ellos.
Contar lo que fueron esos años está más que hecho. La Copa de 1999, con esa semifinal frente al Real Madrid y el 6-0 en Mestalla, o la enorme final de La Cartuja con el gol de Mendieta, quizá el más espectacular en muchos años, frente al Atlético de Madrid. Los dos finales de Champions League jugadas y perdidas contra los blancos y el Bayern de Munich, sobre todo la segunda, siendo la que más penaltis ha tenido en la historia en los 90 minutos, más una tanda eterna en la que Carboni tuvo en sus botas el trofeo, pero la mano de Khan y el larguero lo impidieron, cebándose la historia con Mauricio Pellegrino, que fue el lanzador del último de la serie. Las ligas conquistadas frente al Madrid de los “galácticos”, dos en tres años, con un Valencia que hacía frente a Figo con Angulo y Rufete, y salía vencedor. LA Copa de la UEFA de Goteborg frente al Olympique de Marsella de Didier Drogba… Esa historia está más que contada. ¿Pero qué ocurrió después?
En 2004, el Valencia era un club apetecible. En lo alto, considerado, número 1 en el Ranking UEFA, con jugadores que copaban la selección española (eran otros tiempos, bien es cierto), y con un potencial descomunal. Un hándicap para el club era su estadio, que resultaba pequeño, algo viejo, aunque guardando un aroma a fútbol que se siente cuando pisas sus gradas (en este aspecto no será demasiado objetivo, pido disculpas). Bautista Soler, uno de los constructores más importantes de España, habló durante todo un verano, el de 2002, con quien le quería escuchar, presentando un proyecto de nuevo estadio. Estuvo en el cajón un par de años, se desempolvó. A pesar de los éxitos, el consejo que dirigía el Valencia, presidido por Jaume Ortí, pero comandado por Manolo Llorente, actual presidente, tenía las cuentas a punto de entrar en suspensión de pagos. De hecho, esa era la situación a 30 de junio de 2004. Bautista Soler acudió al rescate, pero dada su edad, y una delicada enfermedad, cedió el poder a su hijo Juan: el mayor error del padre, del hijo, y en este caso, del club, en toda la historia.
Fueron 4 años de despropósitos deportivos, salpicados con aciertos clamorosos (que han permitido seguir viviendo al Valencia). La segunda etapa de Ranieri, enfrentamientos con Quique Sánchez Flores, la llegada de Ronald Koeman, el juicio con David Albelda, el comienzo de un nuevo estadio sin vender las parcelas del antiguo (que sigue siendo el actual)… Tuvo tan mala suerte, que apenas un mes después de dimitir como presidente, el equipo ganó su último título en 8 años, la Copa del rey ganada al Getafe en el Calderón. Hubo aciertos, como he comentado: vino Villa, se renovó a Silva, llegó Mata a coste cero (contra 12 millones de gastos, más de 110 de ingresos), se confió en Jordi Alba siendo casi juvenil… Esos movimientos han salvado al Valencia hasta el momento.
Desde ese momento hasta hoy, la crisis inmobiliaria ha “matado” al Valencia, hasta el punto de dejar su deuda en cerca de 600 millones de euros (qué deben pensar en el Glasgow Rangers, desaparecido por 25 millones), ha ahogado al Valencia. Con la venta de activos se ha ido paliando la deuda, y sin embargo, a pesar de ello, el equipo se ha clasificado tres veces de forma consecutiva para la Liga de Campeones, con el discutido Unai Emery en el banquillo. Desde la distancia quizá resulte incomprensible el trato dispensado por la grada al técnico, pero viendo cerca de 160 partidos de Liga, más los de competiciones del KO, se pueda entender más a una afición de la que se habla mucho, no siempre bien, y con escasos conocimientos sobre ella muchas veces.
2012 parece un cambio de signo, de rumbo. Mauricio Pellegrino ha llegado al banquillo con ideas nuevas, frescas, que van a alegrar a una afición que pasó de ganar a Barcelona y Madrid a ver cómo le sacaban 40 puntos de ventaja. La llegada de Fernando Gago, así como la compra de Sergio Canales, parece que marcan un cambio de inercia, un nuevo Valencia. Quizá en unos meses, o tal vez en unos años, haya que rescribir este artículo. ¿Será el primer paso hacia un Valencia que sea alternativa?