Romário, los veranos de "O Baixinho" (2 de 2)
Segunda parte del repaso a la sorprendente trayectoria de la estrella brasileña

Roberto Baggio envía a las nubes el quinto penalti de Italia en la final de la Copa del Mundo de 1994; la selección brasileña volvía a coronarse campeón 24 años después. En una final insípida, la versión carioca más conservadora consigue hacerse con el cetro mundial.
De todas las estrellas, la de Romário es la que brilla con más fuerza. Sus goles en la primera fase ante Rusia, Camerún y Suecia, su remate prodigioso frente a Holanda y un decisivo cabezazo a diez minutos del término de la semifinal contra Suecia, habían encumbrado al ariete del Barcelona como el futbolista más decisivo del campeonato.
O baixinho besaba el trofeo diseñado por Silvio Gazzaniga, lo había anhelado tanto que su único deseo era pasearlo por todas las ciudades del país y celebrar el carnaval más largo vivido en muchos años… Recife, Brasilia y por supuesto Río, esperaban a la "canarinha"; Romário desearía no parar la fiesta y si era necesario, no volver nunca a Europa.
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Pasada la euforia de los primeros días, el crack brasileño se refugió en las playas de Brasil con su familia y allegados, ajeno a la pretemporada que ya se calentaba a orillas del Mediterráneo.
Romário avisó y envió un dardo envenenado a Johan Cruyff: "Quiero 50 días de vacaciones como el resto de mis compañeros", al tiempo que el técnico holandés respondía: "Si no viene a tiempo, entrenará con el Barça B". Cruyff, acostumbrado a este tipo de problemas internos ya que fue protagonista de ellos durante su carrera como futbolista, sufría ahora desde el banquillo la indisciplina de su subordinado.
A punto de comenzar el campeonato de Liga, Romário llegó…
Y lo hizo rodeado de un séquito de acompañantes que debían defenderle en un terreno que ya se había convertido en hostil. Su carrera, sus caprichos y su destino, recordaba tanto al de Maradona que gran parte de la afición barcelonista se negaba a ver la realidad.
Enmascarado en una calidad que nunca perdió, las vaselinas imposibles, los caños y sus definiciones de puntera, embriagaron de nuevo al Camp Nou en el comienzo de la temporada 1994-95.
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La goleada 4-0 al Manchester United en la Liga de Campeones, llenó de esperanza al exigente público barcelonista; seguían creyendo en la fuerza del "Dream Team", y por encima de todo se encomendaban al rey del balón en el año que terminaba… pero Romário no tenía los mismos objetivos. Dijo adiós como dicen los grandes amores en las buenas novelas, dejando huella y un enorme vacío en un equipo sin rumbo. Romário clausuraba el último capítulo de la "opera prima" de la historia del Barça; un círculo que había comenzado a cerrarse en el Estadio Olímpico de Atenas pocos meses atrás.
Idilio con el Valencia
El futbolista carioca ya había sido objeto de deseo del valencianismo desde mucho tiempo antes. Cuando jugaba en el PSV Eindhoven, Romário ya era Romário en toda la expresión de la palabra; con su acierto letal, había perforado la red de decenas de porterías europeas y por supuesto, había liderado mil y un actos de indisciplina, convirtiéndose en el Balotelli de finales de los ochenta.
En 1989 había acudido a Brasil para recuperarse de una lesión. En ese período de tiempo llegó a jugar un amistoso en el que se homenajeaba a su padre. Más tarde, protagonizó una "espantada" en un viaje del club por la India; primero Hiddink y más tarde Bobby Robson, le habían perdonado sus actos de indisciplina, sus salidas de tono, las palabras más altas y los reproches a sus compañeros. Romário comenzaba a explotar su valioso arsenal de recursos en el campo y fuera de él… durante su carrera, repetiría una y otra vez los pasos; lesiones, faltas de respeto a los compañeros, huidas y goles.
En 1993, Romário enamoró a Mestalla en el partido de homenaje-despedida a Mario Alberto Kempes, un encuentro espectacular en el que los holandeses se impusieron por 5-6 y en el que Romário, el héroe del futuro, rivalizó en presencia y acierto con el mito del pasado. La alternativa entre goleadores quedaba legitimada con aquel partido; Mario, el Matador, se cortaba la coleta en presencia de la estrella brasileña del PSV. En 1996, Romário recalaría en tierras valencianas.
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La suya fue una historia complicada. Encandiló a la afición valencianista con su acierto desde los primeros días, pero la noche valenciana fue demasiado jugosa para un hombre que no toleraba bien aquello de madrugar para trabajar y rendir más.
Existe una máxima en el fútbol repetida en múltiples ocasiones por Luís Aragonés, su primer entrenador en Valencia: "se juega como se entrena durante la semana"… el crack brasileño y el sabio de Hortaleza no compartían el mismo criterio. Por eso la bomba saltó antes de que el verano abandonase definitivamente a la ciudad del Túria.
Se disputaba el partido de ida de la primera ronda de la Copa de la UEFA 1996-97. Aragonés dejó fuera de la convocatoria al malabarista brasileño, y lo hizo mostrando un mensaje que quedó sellado para la posteridad del aficionado blanquinegro… Romário, con la mirada perdida, sofocado por la humedad y la temperatura, no era capaz de escuchar las palabras de Aragonés: "míreme a la cara", repetía hasta la saciedad el técnico.
El enésimo retorno de Romário a Brasil estaba cantado.
El reencuentro con Valdano
Romário era propiedad del Valencia aunque jugara en el Flamengo. La llegada al club valencianista de Jorge Valdano, abrió de nuevo las puertas del equipo al delantero. Ahora sí, con Valdano y un equipo fabricado para tratar el balón, triangular sobre el césped y respetar los pasos de sus estrellas, Romário tenía vía libre para hacer lo que más le gustaba; salir cuando el sol se marchaba, dedicarse al ocio nocturno, y por supuesto, marcar goles de todas las formas posibles, como siempre hizo.
Y Romário encadenó una racha de goles espectacular en el verano de 1997. Se lesionó en su mejor momento, cuando había sido capaz de anotar tres goles contra el Palmeiras y se enfrentaba a sus ex compañeros del Flamengo. Se marchó a Brasil para recuperarse, y eran tantas las ganas de su nueva afición por hacer de Romário un nuevo icono histórico, que pensaron que aquellos vídeos editados por los agentes del jugador desde Brasil eran verídicos.
Romário aparecía realizando ejercicios de recuperación en el gimnasio, y siendo protagonista de larguísimas sesiones con los fisioterapeutas, el brasileño aparecía con una motivación especial, demasiada implicación para tratarse de quien se trataba. El objetivo era acortar los plazos de la lesión y llegar en condiciones para disputar el campeonato de Liga; el encuentro frente al Real Madrid en la cuarta jornada, era la fecha marcada para su reaparición. Se creía que Romário tenía ganas de correr y sudar la camiseta, y que llegaría como un ciclón a Valencia. El mundial de Francia 1998 esperaba.
Los plazos de su lesión se alargaron, y Romário no vino en un estado físico pletórico precisamente. Su incursión en el equipo no se produjo hasta la jornada 6... entonces, en el banquillo "Ché" ya se sentaba Claudio Ranieri, la última pesadilla en España de Romário.
En su toma de contacto con Mestalla de nuevo, dejó para la galería una jugada marcada con su sello de calidad. Se apoderó de la pelota cerca del área de castigo; era la primera vez en la que tocaba un balón en el partido y se inventó una vaselina ante el portero del Athletic Imanol Etxeberría, de las que solo sabía hacer él …el balón se estrelló en el travesaño y fue enviado a la red por el "piojo" López. Romário no marcó, pero tenía entregada a la afición.
Días más tarde, los demonios del futbolista volvieron a salir a la palestra. El entrenador Claudio Ranieri, fue informado de las andanzas nocturnas del brasileño, que eran la nota de color en la ciudad. En rueda de prensa, el técnico romano respondió ante la cuestión clave; Romário había sido cazado bailando de madrugada… "cuatro de la mañana? es una falta de respeto a los compañeros", a lo que el delantero contestó sin inmutarse… "Los compañeros que se jodan". A Romário poco le importaba la opinión de los jugadores con los que compartía vestuario.
El final del ariete estaba cerca. Uno de los pocos entrenadores que le comprendió en su carrera, Jorge Valdano, ya no estaba para dirigir y permitir sus andanzas. La única razón que le invitaba a seguir jugando en Europa era la Copa del Mundo de Francia, pero el objetivo podía ser cumplido en otro lugar.
Su salida de Valencia estaba cantada, y se confirmó en muy pocas fechas. Se especuló con su fichaje por el Olimpique de Marsella e incluso por el Inter de Milán, donde militaba su compatriota Ronaldo. Hubiera sido la repetición de la dupla RO-RO que ya había hecho estragos en la Copa América de Bolivia 97.
Ninguna de esas opciones ocurrió y Romário volvió al Flamengo, escribiendo su epílogo de las grandes ligas europeas y poniendo fin a una serie de veranos que hicieron de su figura, un ser inolvidable. Fue un futbolista para el recuerdo… pesadilla de defensas y entrenadores, O baixinho y sus veranos.
LA PRIMERA PARTE DE LOS VERANOS DE ROMARIO