El gol de Suiza y la lista de Del Bosque

Del Bosque ha llevado a los 23 que le ha dado la gana llevar, sin más

Por Manu Mañero (@m_mañero)

“Gol de Suiza”. Con esta breve intervención derrumbó Ángel Luis Rubio Moraga, Doctor en Ciencias de la Información y Licenciado en Periodismo, el silencio que hasta ese momento envolvía el aula donde un puñado de idealistas y otro, más pequeño, de nihilistas vocacionales, copiaban o recordaban apuntes para salvar la media en el examen de Historia del Periodismo Universal, asignatura del último año de carrera. La clase estaba abarrotada, no en vano Ángel Rubio se había ganado la fama de ser un profesor razonablemente permisivo respecto a las trampas en los exámenes y además, los solía corregir al alza. Una asignatura con él era un aprobado seguro, y el notable costaba menos que criticar, ya de por sí sobradamente fácil. Por si fuera poco, su rictus galán también gustaba a las chicas. A algunas, claro, por la erótica innombrable atada del relato de servidumbre entre superior y súbdito; a otras, sólo por si hacía falta en una posible revisión. En todo caso, aquel 16 de junio, con el sol ya apretando sobre la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, y con el Mundial de fútbol ya en juego, había más alumnos que alumnas. Lógico pues que, ante el interruptus con la noticia del gol de Suiza en el debut de España, la mayoría levantara la cabeza y durante apenas tres segundos, se intercambiaran murmullos que originaron un revuelo anecdótico entre las hojas de examen. Se escuchó al final del aula, porque el partido había comenzado a la misma hora que la prueba y ésta ya afrontaba su recta final: “Habrá sido el de la honra, ¿no?”. El profesor, consciente de que había despertado a demasiadas fieras, sacudió la cabeza, dejó caer los párpados en un gesto de condescendencia, recordó con un ademán que estaban haciendo un examen de universidad y se limitó a contestar: “No, 1-0”.

Con el amargor de haberme perdido el debut de inicio, y ya azorado por aquella noticia derrotista que seguía en vivo, rubriqué la prueba cuanto antes, tamizando la ambición y resolviendo el que era mi penúltimo examen de la carrera sin revisarlo apenas. Volví a casa en coche, tan rápido como las normas de circulación me permitían, por supuesto con la radio de fondo. Torres envió un disparo a la grada. A Navas le tembló el pulso dentro del área. “Si llega a entrar lo de Alonso…” comentó un par de veces, demasiado seguidas y con un extraordinario deje pesimista, preparando la venda. Lo de Alonso fue un derechazo al larguero cuando Suiza no se había encontrado el único gol del encuentro de rebote. Gelson Fernandes, el ejecutor de aquella desgracia necesaria, sólo ha marcado 4 goles más desde entonces en un total de 64 partidos. No era su sino despertar a una España extasiada en el orgasmo del éxito mediano, posteriormente y por suerte aliviado en Johannesburgo menos de un mes después, pero se encontró una pelota a un metro de la línea de gol y la empujó, sin que Capdevila, ya fuera de todos los planes de los llamados a revalidar sonrisas, pudiera hacer nada, y toda vez que Casillas, con una desafortunada salida, y Piqué, desorientado y torpe, habían fallado antes. Aquel patinazo despertó la ansiedad de las sabandijas, porque ocurre que los adjetivos positivos suenan ñoños y por ende restan credibilidad, pues parecen destacar la pasión por encima de la razón. De ahí que a muchos les encante moverse en el fango y tirar de recetario negro, pues la crítica encarnada es tomada por valiente, libre y verosímil. Lo que decía antes: “el notable costaba menos que criticar”.

Tras confirmarse aquel pobre 1-0 en el debut del Mundial que a España, por sensaciones y fútbol, le tocaba ganar casi sin bajarse del autobús, todas las garrapatas se subieron al perro. El torbellino de críticas llegó sin compasión, y de la más injusta y menos respetuosa de las formas, es decir, sin pausa ni argumento. Hubo dos muñecos a los que les cayeron palos de forma especialmente insistente: Sergio Busquets y Vicente del Bosque. El primero, porque empezó de titular contra pronóstico pero nueve minutos después del gol fue derecho al banquillo. En el incomparable Informe Robinson ad hoc, también criticado (por lo bajo, cómo no) por los James Dean de cada barrio, el chico lució una serenidad atosigante: “Lo importante es ser consciente de todo, de tu trabajo, de que eres el más joven, de que quizás eres el que menos nombre tenga”. El Doctor Celada, anteriormente conocido como Óscar en su etapa de jugador, fue más explícito: “Todos dudábamos de todo”. Por Del Bosque también dudaron los de siempre. Es apasionante cómo la figura del charro, armoniosa y prudente, ha podido canalizar a lo largo de la última década las iras de detractores tan variados. Los atléticos, que si les tienen manía. Los culés, que si convoca a los del Madrid porque entrenó allí. Y hasta los del Madrid critican y dudan, porque no quiere recoger no se qué pin y se regodea en favoritismos al eterno rival desde que alguien no muy lejano en el club decidiera prescindir de él tras ganar siete títulos en tres años (incluyendo dos Champions y dos Ligas). Por recibir recibió hasta Casillas, que después sacó un pie milagroso a Robben cuando Iniesta no había obrado aún el milagro. Su novia, la modelo, actriz, presentadora y figurante variada que a veces también hace de periodista, tenía la culpa de todo, según ‘The Times’ y su celebérrimo ‘Spain’s defeat? Blame the girlfriend’. Costó tan poco, entre el 17 y el 21 de junio, hasta el encuentro contra Honduras, encontrar culpables a todo, que la gloria posterior sólo la disfrutaron de verdad unos pocos. Los que querían confiar desde el primer momento. Los que conocen que triunfar no es corresponder torpemente a un amigo que te ha hecho un favor que le deberás toda la vida, sino inventar vías alternativas desde abajo sin dejar de ser uno mismo.

Da igual el tiempo que haya pasado desde aquella lección, desde la semana en que todos dudaron, todos insultaron y los calificativos volaron gratuitamente desde y hacia todas las direcciones del globo. Volvemos a caer en la misma estupidez cuando Del Bosque, el resentido (dicen), el que no sabe (dicen), el inepto (dicen), al que los jugadores manejan como quieren sin que él tenga mérito alguno que atribuirse en la victoria (dicen), no llama a los que queremos, a los de nuestro equipo, a los guapos, a los que nos caen bien o a los que nosotros sí fichamos en la videoconsola y nos meten muchos goles para alcanzar títulos de papel frente al televisor cuando la biblioteca de la habitación pide a gritos un abrazo. Adrián, Ballesteros, Rubén Castro, Callejón, De Gea, Muniain. Todos merecen más que nadie, más que todos, de ahí que el partidismo y la ceguera nublada y consistente del seleccionador anónimo y medio que sale de madrugada a coger el tren lleve incluso, a unos días del debut ante Italia, a pronosticar y desear el fracaso de la Selección en la Eurocopa. Todo, como se critica día sí y día también en otros mentideros, porque no nos gusta cómo hacen las cosas los otros y esa ya es la mejor justificación para anhelar un castigo, un tropiezo, un ridículo. Como desear que a un cirujano que copió en un examen se le muera un paciente en el quirófano. Como alegrarse de que se derrumbe el edificio de un arquitecto que en su día pagó más tarde de lo que debía su debe con Hacienda. Vemos, en el dolor ajeno, el valor más pertinente a nuestro juicio, pues no hay nada más insoportable que nos demuestren que no, que no teníamos razón, y que en efecto somos unos sucios prejuiciosos, egoístas y lamentablemente reivindicativos, que siguen pretendiendo cambiar el mundo ‘vía Twitter for iPhone’.

Del Bosque ha llevado a los 23 que le ha dado la gana llevar, sin más. De ellos, 19 ganaron el Mundial hace menos de dos años. La memoria, finita, aprende cuando quiere que el hoy importa bastante más que el ayer, que no se puede vivir de rentas pasadas. Pero esperando el lodazal, es más fino creer, confiar y empujar, que deslavazar con rabia las teorías fantasmales en las que a todos nos gusta tanto creer mal que nos pese, porque nos va lo sobrehumano, la mística de la mentira. Pasa un poco como con la crisis. Es mejor promover un hashtag que salir a la calle a entregar currículums. Más fácil hundir que sacar a flote. Es inherente al hombre ser débil. Al menos en la victoria todos estamos unidos, salvo aquellos, insisto, que cuando llega ésta, tampoco saben reconocer su pequeñez. “Gol de Suiza (…) 1-0”, dijo el profesor, pero el resto seguimos haciendo el examen. Hay cosas que son importantes, otras en las que nos gustaría sentirnos ídem. El fútbol, es de las primeras. Intentar aplicarle lo segundo es de catetos.

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