El 'Abecedario' del fútbol - Q: Quincoces, un defensa de cine
Pasó de los terrenos de juego a las pantallas
Don Jacinto Fernández de Quincoces y López de Arbina es el más legendario de los futbolistas españoles, uno de los más populares y, desde luego, uno de los más cinematográficos. Seguro y desbordante cuando era necesario, no existió nadie que custodiase mejor a Zamora que él. Con Ciriaco formó la pareja defensiva más famosa en los primeros tiempos de la selección española pero su carrera iría más allá.
Nació en Baracaldo en 1905. Tal y como él ha contado, sus comienzos en el fútbol fueron humildes. Primero jugó en Vitoria con los Koipes y poco después en Los Ciclistas. Ambos no eran equipos propiamente dichos. Mientras los primeros jugaban en campos de cultivo a donde trasladaban los palos que hacían las veces de portería, los segundos se diferenciaban en la presencia de equipación. Era la esencia pura del fútbol. Un grupo de amigos dispuestos a compartir los ratos muertos dándole patadas a un balón, soñando con ser futbolistas en uno de los grandes. Su oportunidad llegó cuando jugó un corto periodo de tiempo en el Desierto de Baracaldo, en la Serie C de la Federación Vizcaína. Sus cualidades despertaron el interés del Club Deportivo Alavés que pronto se fijaría en él y lo ficharía. Fue su cuna. Allí aprendería realmente a jugar al fútbol y despuntó como uno de los mejores, no solo de entonces sino de épocas posteriores. Su comunión con el club fue inmediata e incluso cuando fichó por el Real Madrid una parte de su corazón no olvidaba su paso por el Alavés.
Se trataba de un bloque de jugadores conjuntados y no exento de calidad. Es imposible hablar de Jacinto Quincoces y no hacerlo de Ciriaco Errasti. Ambos fueron fichados por el Real Madrid para reforzar la línea defensiva. La compenetración entre ellos era máxima y ese era un punto fuerte para su adaptación al equipo blanco. Las cantidades de la época hablan de un traspaso total de 60.000 pesetas, de las que 25.000 era para cada miembro de la pareja y las 10.000 restantes para Olivares, otro joven que abandonaba el Alavés. Las cifras pueden parecer ridículas comparadas con los millones que se manejan hoy día. Sin embargo, gracias al 10% que le correspondía al jugador, es decir, 2.500 pesetas, pudo comprarse un deportivo entre otros caprichos.
La llegada de la dupla defensiva provocó que fueran relegados al banquillo los que hasta entonces eran titulares. Sus compañeros les miraban recelosos, cuestionando su valía para representar al club. El transcurso de la competición y los buenos resultados provocaron que el Real Madrid se proclamase campeón sin perder ningún encuentro. De esta forma, se evitó que siguieran siendo analizados al milímetro. Sus éxitos no solo llegaron con el Real Madrid. Con la selección española también protagonizó algunas proezas destacables. Primero en la Olimpiada de 1928 de Amsterdam y, posteriormente, en partidos internacionales como la primera derrota inglesa continental gracias a un 4-3 español. Sin embargo, el vacío del Mundial de 1930 incidió en la indiferencia de los aficionados cuando la selección volvió a jugar encuentros de cara a futuras citas. Con guerras entre medio, no sería hasta 1939 cuando Quincoces se vuelve a vestir de blanco tras interrumpirse las competiciones. Pero se acercaba su final como jugador para continuar ligado al fútbol como entrenador. Su debut le pasó factura. Había sido elegido por la RFEF como seleccionador. El cargo pesaba demasiado y con tan solo dos partidos a su espalda decidió dimitir. Había puesto el listón demasiado alto como jugador como para ser igualado siendo técnico. Su base en todos los equipos era encontrar el equilibrio entre buen ambiente y trabajo homogéneo, imprescindibles para que la plantilla funcionase por encima de la calidad de los jugadores con los que contase.
Zaragoza, Real Madrid, Valencia y Atlético de Madrid fueron sus destinos. Quizás su mayor hazaña fue comandar a los rojiblancos donde los resultados no acompañaban, aunque contaba con el pleno apoyo de la afición mientras lograba inculcar lo que tenía en mente. Con más de cincuenta años dejó la pizarra definitivamente para pasar a realizar trabajos como asesor técnico de varios equipos como el Valencia. Fijó su residencia en dicha ciudad donde tenía negocios inmobiliarios y trataba de mantener intactas sus dos grandes aficiones: la pelota vasca y los coches.
Quincoces forjó su leyenda dentro y fuera de los campos. La tripleta que formaba junto a Ricardo Zamora y Ciriaco Errasti pasó a las historia como una de las más poderosas del fútbol español. Como actor, destacó en diversas películas como Once Pares de Botas, La Saeta Rubia o Campeones. A su biografía no le faltó nada, salvo jugar en el Athletic. Una espinita que siempre tuvo clavada ya que aunque llegó a realizar las pruebas para fichar por el club de Bilbao, consideraron que no daba la talla para lo que estaban buscando. Una vez que Quincoces se hizo famoso gracias a su contundencia y buen trabajo quisieron ficharle, pero entonces fue él quien se negó a abandonar el Alavés, que siempre había creído en él y en sus posibilidades.
Como todo buen jugador también tuvo su apodo: “El Autogiro”, acorde con su juego aéreo, e incluso José García Nieto le dedicó una oda en la que recogía todas sus cualidades. Halagos que quedan en un segundo plano cuando la afición le recuerda saltando al campo con su característico pañuelo blanco en la cabeza y frenando toda embestida del rival, postulándose como uno de los mejores defensas que ha dado España.