El día que perdimos a Van Nistelrooy

El delantero holandés ha colgado las botas después de una gran carrera

Una noche de Champions, de aquellas que lo habían colocado en el podio de goleadores históricos hacía años. Un escenario ideal, respetado, conocido, para seguir luchando con otra camiseta y otro sentimiento, que había hecho suyo a base de fe y trabajo. Y sobre todo, un peldaño más en una carrera de fondo que, pese a los múltiples y dolorosos obstáculos, había conseguido driblar con una única ilusión perenne en su cabeza, la de su hermano, su amor, su idilio, su gol. Un vínculo que la artroscopia primero y el parte médico después, derrumbaron casi definitivamente aquella fatídica noche en el Comunale de Turín, vistiendo blanco del Real Madrid y en plena búsqueda de su gran cuenta pendiente, la Champions League.

Ruud Van Nistelrooy había cedido, pero el secretismo ante la dureza de lo ocurrido, llevó al club madridista a no desvelar su lesión, aprovechar una sanción liguera y probarlo en secreto durante algunos test específicos. Un plan especial de trabajo en el gimnasio y un par de partidos con molestias, no perdonaron lo inevitable. "Rotura parcial del menisco externo, ganglión con sinovitis en el ligamento cruzado anterior operado en el año 2000 y una lesión del cartílago articular del cóndilo femoral externo". Pese a sus esfuerzos durante esas semanas, las recaídas posteriores y la voluntad para evitar operaciones, el fútbol de primer nivel había perdido a uno de sus mayores mitos del gol porque tras aquella noche de octubre en suelo turinés, Ruud nunca llegó a ser el mismo.

Su larguísima ausencia, inevitablemente alargada hasta 9 meses tras ponerse en manos del el doctor Richard Steadman, le hizo perderse aquella temporada y, de manera incuestionable, su rol de goleador indiscutible en el Real Madrid. No sólo su dorsal-ficha, fueron a parar a Dani Parejo casi de inmediato, sino que Raúl y sobre todo Higuaín, apretaron los dientes ante la oportunidad de desbancar al holandés como referencia ofensiva del momento, pues sus registros goleadores habían impulsado los dos títulos ligueros del Real Madrid. Tanto dolió su ausencia, que ante el temor de quedarse sin respuesta ofensiva, el club acabó echando mano del mercado para contratar a Huntelaar. Y pese al potencial del 7, ‘Pipita’ y ‘The Hunter’, todos eran alternativas diferentes a la sobriedad que se había ganado durante toda su vida Van Nistelrooy.

Algo que, cuatro años atrás, cuando se presentó en una calurosa noche veraniega como madridista, habría sido impensable pues pese a su currículum, apenas había levantado expectación. Recuerdo estar en la rueda de prensa del Santiago Bernabéu sin contar más de quince periodistas mientras mi pensamiento, mancuniano por decreto, no podía terminar de entender qué habría conseguido Beckham en el fútbol que no hubiera multiplicado por mil el bueno de Ruud. En unos primeros intentos de ya hablar castellano (muy aplicado hasta el punto que lo llegó a hablar perfectamente), buscaba explicar que pese a su edad (ya tenía 30 años), el salto al Real Madrid era la cumbre en su carrera, un paso definitivo para conquistar sueños que tenía por cumplir y goles que tenía que disfrutar. Y no lo decía un ‘novato’ ilusionado, sino el mismo que sumaba ya más de 300 goles internacionales y había conseguido ser goleador en Eredivisie, Premier y Champions League repetidas veces.

Sin embargo, nadie dudaba de su capacidad goleadora, de su virtud para sacar provecho de situaciones negativas, de su experiencia, de sus infinitos registros para rematar ni tampoco de las múltiples estampas de celebración que llevaba años mostrando al mundo. No era el más rápido, tampoco el más activo y ni siquiera el de mayor relumbrón de cuantas estrellas llegaban a la pasarela blanca, pero el guión de profesional curtido y amante de su profesión, le sirvió para ganarse los corazones de todo hincha madridista en cuestión de meses. Por eso su discurso inicial aquella noche de verano nunca habló de números ni de registros, sino de lesiones, porque las dudas giraban en torno a aquella rodilla maltrecha desde su adolescencia. La que pudo poner en peligro su carrera de no ser porque un tal Alex Ferguson lo fichó confiando en su segura recuperación cuando apenas era una promesa, y la que tuvo que asimilar que en Holanda, Inglaterra, España y hasta Alemania, Ruud tenía una cita eterna con el gol.

Ayer fue mi último partido como profesional. La realidad es que ha llegado mi momento de dejar el fútbol. El máximo nivel de la Liga española y la 'Champions' me obliga a reconocer que he llegado a mi límite físico”. Agotado y renqueante, de malaguista y como icono, Van Nistelrooy dice adiós, pero cumpliendo nuevamente su último reto, el de conseguir el sueño Champions para La Rosaleda. Una despedida serena, tranquila, sincera y sin excentricidades. Lógica conociendo el momento y el contexto. Sus goles nunca nos abandonarán aunque él, sabía como todos que no es ahora cuando perdimos a Ruud, sino aquella noche en Turín.

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