Messive Attack

El argentino volvió a presentar su candidatura a D10s

El 7-1 de ayer en el Camp Nou supone desde ya un partido histórico. El espectáculo visto anoche en el coliseo azulgrana derivó en una serie de récords personales y colectivos que ya están recogidos debidamente tanto en la historia culé como en la de la más prestigiosa competición de clubes del planeta.

Pero más allá de cifras y estadísticas que pueden llegar a resultar un tanto frías, el partido de ayer sirve para subrayar dos hechos los cuales entiendo son objetivos, si es que la objetividad tiene cabida en el fútbol.

YA ESTÁN AQUÍ

El Barça es el favorito de cara a levantar la Champions League el 19 de mayo en Munich. Así coincidían por el mes de septiembre analistas, casas de apuestas y la mayoría de aficionados a este deporte. El bajón físico reciente, el titubeante rendimiento a domicilio y las lesiones que asolaron al Barça han sembrado por momentos la duda razonable, esa que si no se ataja a tiempo puede llegar a desestabilizar.

Ahora bien, vista la exhibición de ayer, y una vez ya estamos en las instancias del KO de la Champions, no se puede hacer otra cosa que refrendar esas sensaciones de dominio y favoritismo que emanaban al inicio de temporada. Este Barça, “el Barça líquido” que fundamentó de forma sublime Martí Perarnau es un abuso. Cuando esos futbolistas están al 100% en lo mental y en lo físico son droga dura, y el meterles mano se antoja una quimera para todos menos uno.

Para muestra un dato, un tanto sesgado pero bien ilustrativo. En trece minutos (del minuto 49 al minutos 62) el Barça endosa cuatro goles a un equipo alemán que este año ha doblegado al Chelsea, al Valencia y hace cuatro días al Bayern de Munich sin ir más lejos.

El Barcelona aspira a su quinta Copa de Europa (sería la tercera de cuatro años) y sabe que el rival, seguramente el único rival que asoma en el horizonte, es el ínclito enemigo íntimo, aquel con el que comparte cuerpo dentro de la bicefalia del campeonato doméstico.

Por lo pronto, los azulgranas están ya en los cuartos de final con un balance 10-2 que infunde temor y supone un aviso a los tibios y a los navegantes de ese barco llamado “Fin de Ciclo”.

Si el Real Madrid, como es de suponer, da buena cuenta del CSKA Moscú la próxima semana, tocará ver si el bombo es caprichoso y nos depara un Madrid-Barça en cuartos de final o semifinales del torneo (recordemos que se sorteará todo el cuadro restante), o por el contrario deja a los dos colosos del fútbol mundial con la esperanza y el morbo de poder enfrentarse en el Allianz de Munich en lo que supondría “La Madre de todas las Batallas”, y esta vez sí y con razón fundamentada, el “El Partido del Siglo”.

MESSI, EL TRONISTA

Tratar de ser original a estas alturas escribiendo sobre la figura de Lionel Messi es realmente un ejercicio complicado. Los adjetivos se repiten en cientos de crónicas y columnas alrededor del mundo y reconozco haber descubierto palabras nuevas en lecturas que ensalzaban la figura del rosarino.

Messi es paranormalmente bueno, esto es así, un niño superdotado obscena y abusivamente superior al resto de colegas. Lo de ayer fue una más, pero no será la última. Todos sabemos, o cuanto menos intuimos, que las puede hacer mucho más grandes y que seguramente su tope aún está por llegar.

La duda general ha mutado de “¿es Messi el mejor futbolista del planeta?”, a “¿es Messi es el mejor futbolista de la historia?” No tengan prisa en contestar, él ya tiene la respuesta.

Cada año tengo la suerte de poder asistir a seis o siete partidos en el Camp Nou. Esta temporada pude presenciar en directo el 5-1 ante el Valencia del pasado 19 de febrero, y el Barça-Bayer de anoche. Sumando ambos partidos he visto doce goles del Barça, de los cuales nueve han sido anotados por el pequeño duende argentino. Es el “ataque messivo”, un concepto sobre el que algún día se harán tesis doctorales.

Anotar nueve goles en 180 minutos a dos rivales como Valencia y Bayer Leverkusen es una salvajada que roza el surrealismo más radical. Es una cifra propia de un fútbol muy vintage traída a golpe de tobillo y gambeta al fútbol del presente.

Disfrutemos de este exceso de futbolista mientras se pueda porque como bien apuntó Guardiola en la sala de prensa, “el trono le pertenece a él, y solo él decidirá cuando dejarlo”.

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