Alemania-Austria: amigos en El Molinón
Las dos selecciones pactaron un empate que les favorecía

De la mano de Montse García iniciamos un especial en el que recordaremos varios presuntos amaños históricos en un partido de fútbol.
La FIFA lo pasó por alto pero ni las más de cuarenta mil personas que asistieron al partido ni los que pudieron verlo en directo quedaron indiferentes. Se estaba disputando el Mundial de 1982 en España y los alemanes, vigentes campeones de Europa, eran favoritos para clasificarse a la segunda fase. Éstos no supieron cómo ganar ante Argelia en la primera ronda. Con el 1-2 para los africanos se condicionó el devenir del grupo y propició el desarrollo de los capítulos más vergonzosos de la historia del fútbol. Mientras tanto, Austria cumplió venciendo a Chile por la mínima.
En la jornada siguiente, la RFA recuperó su característico juego, poderoso e incisivo, y machacó a Chile (4-1) con tres goles de Rummenigge, que ya había marcado uno a los argelinos, quienes no pudieron repetir su actuación ante los germanos y cedieron fácilmente frente a Austria (2-0). La FIFA no había escarmentada por lo sucedido en el Mundial del 78 en el partido entre Argentina y Perú, estableció que los dos encuentros decisivos de la última jornada se debían disputar en diferentes días. Primero, Argelia, sorprendentemente, batió a Chile (3-2). La primera parte fue impecable. Anotaron tres goles y dejaron sentenciado el choque pero tras el descanso el exceso de confianza les pasó factura y provocó que los chilenos acortaran distancias. Ahora se arrepienten de aquel exceso de tranquilidad que les costaría la clasificación. De haber mantenido el 3-0 probablemente el pacto entre alemanes y austriacos no habría tenido lugar– hubiesen necesitado un 3-2 a favor de los primeros o cualquier otro resultado superior siempre que los germanos ganaran por un gol de diferencia- , y de haberlo aumentado, lo convertía en imposible.
Llegó el día en cuestión: 25 de junio de 1982. Los protagonistas, RFA y Austria comparecieron en El Molinón con la lección bien aprendida. Un sencillo triunfo alemán por la mínima regalaría la clasificación a ambas selecciones. A los diez minutos del inicio, Hrubesch marcó y ahí acabó el partido. Compartiendo la misma lengua, los jugadores de uno y otro equipos trataban de cuchichear disimuladamente ante la atenta mirada del público, en su mayoría, español. Con el tanto que necesitaban en el marcador Schumacher se puso una gorra blanca, hecho que la mayoría interpretó como una señal para que tanto sus compañeros como los rivales supiesen que el acuerdo estaba sellado.
A partir de entonces se dedicaron a matar el tiempo con algo que poco tenía que ver con el fútbol pero que se debía suponer como fruto de la casualidad y de la alta competitividad: ni jugadas de peligro, ni regates, ni intentos de llegar al área contraria. Krankl se situó como líbero y Rummenigge, ante el lanzamiento de una falta cerca de la frontal, golpeó el balón de tal forma que la pelota se marchara tranquilamente varios metros por encima de la portería. Ya en el segundo tiempo, el público, indignado, comenzó a gritar “tongo, tongo” y “que se besen, que se besen”. Ante el abucheo general y el desconcierto, los aficionados argelinos lanzaron monedas al campo para escenificar que el partido estaba amañado mientras el público gritaban: “Argelia, Argelia”.
Con el 1-0 final, parte de la afición asturiana, indignada, acompañada de algunos hinchas argelinos, se presentó en el hotel de los alemanes para expresar su malestar de forma clamorosa. Schumacher, el controvertido guardameta alemán, respondió a la ira de los manifestantes lanzando bolsas de agua. A la mañana siguiente, el diario El Comercio, de Gijón, publicó la crónica del encuentro en la sección de sucesos con un llamativo titular: “Timo a cuarenta mil personas”.
Los jugadores alemanes y austriacos negaron que hubieran pactado el resultado. La delegación argelina protestó ante la FIFA pidiendo la eliminación de los dos conjuntos por el vergonzoso amaño. Los dirigentes deportivos del fútbol internacional, tan acostumbrados a mirar para otro lado cuando deben condenar algo que afecta a un país querido, se hicieron los sordos. Casi veinticinco años después, a principios de 2007, Hans Peter Briegel, el poderoso lateral izquierdo de la RFA, reconoció que había existido el acuerdo. Aunque otros jugadores, como Breitner y Stielike, se reafirmaron en su versión de inocencia, el delantero austriaco Schachner admitió que la actitud de sus compañeros había sido muy rara. Incluso el que le marcaba, Briegel, le ordenó que dejase de correr. Según sus propias palabras, era el único que no estaba al tanto del acuerdo, por lo que siguió tratando de jugar y de conseguir un gol hasta que se dio cuenta de que no le pasaban la pelota. Desde el banquillo también le regañaron por su actitud combativa.
Días después de saltar la noticia, Briegel lo negó todo: "Me hicieron una entrevista. Hubo 40 preguntas y sólo una de ellas estuvo referida a ese partido. Con el 1-0 hubo una especie de pacto de no agresión, porque los dos equipos sabían que estaban clasificados. Era como un acuerdo tácito en un determinado momento del partido. Esto ocurre en competiciones de muchos deportes. Pero, no sé nada de un acuerdo".
Aquel encuentro serviría para que la FIFA sentenciase que los encuentros finales de cada grupo debían disputarse siempre en el mismo día y a la misma hora para tratar de evitar estos episodios tan bochornosos como el Pacto de El Molinón.
EL PARTIDO EN VÍDEO:
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