Atlético de Madrid: I have a dream

Cuento corto de Iván Castelló sobre el futuro del Atlético de Madrid

Cuentan de alguien que soñó el otro día algo intenso y muy clarito. Meridiano. Un tanto ingenuo, eso sí. Imaginó a un jeque, de los de manto blanco de kandora allá y traje gris brillante acá, que estaba como loco perdido por el balompié. Y, al estar la liga inglesa ya copada por primos lejanos y cercanos, decidió invertir sus nuevas ganancias (apenas unos cientos de millones por una modesta subida del barril de Brent) en el fútbol… español. Se miró, el jeque, la clasificación, pero más le llamó la atención lo colorido de las camisetas de los equipos. Descartados los dos ‘incomprables’, el jeque, pese a las aseveraciones de su círculo de asesores de que la prima de riesgo se disparaba en este caso, lo tenía decidido. Se compraría un club con equipo de rojo y blanco, los colores familiares del desierto, al que recordaba, además, de unas vacaciones en su infancia en Marrakech. Allí, gracias a un Telefunken panorámico y pese a una señal que iba y venía en función del viento del Estrecho, vio cómo le ganaba 0-4 a un rival de blanco. “Ya no es un grande, ni pasa de la mitad de la tabla y ha regalado su estadio por otro que aún no existe”, le advirtió su aduladora cohorte. Pero él se empecinó.

Su alma de aventurero le venció como Lawrence de Arabia pudo con el ejército turco. Y tomó su avión, que no pilotó esta vez para centrarse en el estudio de la documentación compilada. Estaba repleta de tachaduras en rojo con las siglas NC (No Comprar) que él despreció con el despotismo propio de su rancio abolengo. Previa noche en una habitación doble standard en un hotel palacio (las suites estaban completas, “país raro –se dijo- me decían que estaba en crisis”), llegaba a la sede del club al mediodía (“es que allí no madrugan”). Se reunió con un tipo alto, que sólo hablaba de dineros y caballos, y con otro más bajito, como enfurruñado, que le ofreció asesoramiento para montar una meca del Séptimo Arte a partir del concepto de la película Los Bingueros. El jeque les recordó que ya iba imperiosamente sobrado de caballos árabes y que el cine estaba prohibido por impío hasta hace apenas un par de años. Un poco pronto, entonces, para bikinis. Tras el corte, la pega. Allí nadie hablaba de fútbol, por lo que, en un rápido movimiento de chequera, como si de un cambio de ritmo cerca del área se tratara, les extendió un talón tipo en blanco con una nota escrita en perfecto castellano y un ademán característico: “Puerta”. Todavía, dicen, se adivina el rastro suspendido en el aire que dejaron en su carrera.

Así que el jeque, por fin, tuvo su club, su juguete, su capricho. Lo imprevisto, en cambio, vino a continuación. Se empapó la gloriosa historia anterior, se vio hasta partidos de infantiles para que otro niño jamás fuese regalado al vecino, fichó a un director deportivo profesional y a un entrenador de renombre internacional, traspasó todo lo que pudo (incluido un atleta colombiano), repatrió a antiguas estrellas que habían huido de la quema (desde un portero a dos delanteros), fichó por estadísticas y no por comisiones (lo que había aprendido durante años como experimentado jugador del Football Manager) y empezó a rentabilizar la devota pasión de una multitudinaria afición.

Arregló el estadio a la supuesta espera del nuevo (en los baños no se acumulaba el orín por el suelo y cada asiento, limpio de polvo, hasta tenía su numeración), acordó patrocinios de todo tipo para desterrar esa mortificante sensación de pobretón, inventó una tercera camiseta que vender con descuentos por las anteriores compradas, nació una televisión a cinco euros mensuales la suscripción en los principales operadores, financió parte de los viajes de todos los seguidores bajo el lema Nunca Más Solo, remozó la página web del club para que fuera navegable y reinstauró el trofeo veraniego gratis como homenaje a los abonados y sus familias. También cambió el signo de los tiempos y en la jornada 13 de su primera temporada, con la naturalidad exigida a cualquiera de vez en cuando, aunque sólo sea de vez en cuando, el equipo le ganó al de blanco, primera victoria en décadas. Y fue portada en los periódicos de la ciudad, así como en las aplicaciones móviles y para tabletas del nuevo diario de la entidad. En esto, en pleno acoso a la cabeza de la Liga como sólido tercer clasificado aun con el mismo presupuesto actual, es decir, el tercero, sonó el despertador y una llamada de seguido que terminó de desperezar al soñador. “¿Viste el desastre de anoche? No, yo ya no veo nada hasta que llegue. ¿Quién? Pues ¿quién va a ser? El jeque”.

También te puede interesar:

EL EFECTO SIMEONE EN EL ATLÉTICO DE MADRID

LOS PEORES FICHAJES DE LOS 90: ANDREI FRASCARELLI

Artículos destacados

Comentarios recientes