Chelsea: El cambio de vida de André Villas-Boas

De elogiado en el Oporto a criticado en el Chelsea

Hace un año era incuestionable. No necesitaba mediar palabra, los números dialogaban por él. En poco tiempo, André Villas-Boas ha pasado de asegurarse un futuro prometedor a ser puesto en duda. De precoz seleccionador a técnico en apuros pasando por metódico ayudante de Mourinho y revelación del fútbol portugués. Una montaña rusa de calificativos que sube y baja en función de resultados y simpatías.

Lo consiguió todo en Portugal en lo que da de sí una campaña: Liga, Copa y Europa League. Una carta de presentación suculenta para los hambrientos clubes europeos con sed de títulos express. Pero, tan pronto saboreó la dulce miel en los labios ésta le fue arrebatada al chocar con la realidad inglesa. El Chelsea aún no se ha adaptado a su personalidad ni ha asimilado sus directrices. Quizás la clave esté en que el propio André es el que debe adoctrinarse a sí mismo ante una materia prima diferente a la de Oporto.

Villas-Boas, OportoA grandes rasgos, “los dragones” se convirtieron en un equipo en el que cada uno sabía qué papel debía desempeñar en cada momento. Helton, en la portería, recibía al mismo tiempo los reveses de los que le consideraban un guardameta en manos de la defensa y los que ensalzaban sus actuaciones. La línea defensiva se fortalecía con la incorporación del joven Otamendi para refrescar a la dupla formada por Rolando y Maicon. Los laterales no eran inamovibles pero siempre tuvieron la lección bien aprendida sobre cuándo dedicarse a atacar y cuándo a proteger. Fucile, Pereira y Sapunaru fueron los hombres de confianza de Villas-Boas para dichas colocaciones. La línea de tres en el centro del campo se hizo fuerte progresivamente para luchar contra el solitario hueco que dejaron en su momento Assunçao y Meireles. Fernando tomó el control ayudado por Moutinho y Belluschi. Llegadas, goles, asistencias, ocupación de espacios y seguridad que se vieron completadas con la presencia de Micael, Guarin y James Rodríguez. Si hay algo por lo que destacaban especialmente era por el tridente atacante de su 4-3-3: Silvestre Varela, Hulk y Falcao. Del primero, hablar del superior rendimiento que regaló gracias a su desborde, rapidez y apareciendo a pie cambiado por la izquierda para proporcionar tantos oportunos. De los otros, sus registros lo dicen todo. Sinónimo de gol y destreza física. De cabeza, combinando, asociándose y leyéndose. Una simbiosis perfecta de la que se beneficiaba el resto del equipo.

Cara y cruz de una misma moneda. En Chelsea, Villas-Boas no consigue lo que se propone. Las derrotas, como la cosechada ante el Liverpool en la Carling Cup, son un lastre que le acercan al juicio final. Con cifras similares otros hicieron las maletas. La confianza dependerá de los ases que tenga guardados en la manga. Ante una plantilla en la que el nivel de juego de la mayoría de sus integrantes se limita a las luces de neón que adornan sus nombres, solo le queda escudarse en el único bastión por el que iniciar su reconquista y evangelización. Juan Mata es el elegido.

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