Ellos son los culpables

La prensa madrileña llora por lo que siempre ha defendido.

El madridismo llora y eso a más de uno es algo que le gusta. Pero no sólo llora el aficionado de a pie después de haberse quedado fuera de la Liga de Campeones, si no que llora su entrenador ( como lo hace durante toda la temporada ), llora su capitán, llora su plantilla pero también y esto es lo más preocupante, también lo hace su prensa, esos medios de comunicación que los convierten en intocables, en los mejores del mundo, en un equipo que tiene que ganar por decreto y donde cualquier decisión que se tome en su contra es por supuesto una ofensa a un "club señor".

Pero no sólo el Barcelona ha sufrido los ataques enrabietados de la prensa madrileña (central lechera, según Guardiola). Si hay un equipo que gracias a sus éxitos en la última década ha tenido que soportar portadas polémicas, risas de desprecio y humillaciones varias, ese es el Valencia.

El 14 de enero de 2002, el Valencia entrenado por Rafa Benítez y con opciones después de muchos años de poder proclamarse campeón, visitaba el Bernabéu en la segunda jornada de la segunda vuelta.

El conjunto valencianista tuvo la osadía de jugar un gran partido, con una primera parte digna de admirar y cuando todavía no se llevaban ni dos minutos de partido, Adrian Illie a centro de Rufete, dejaba helado Chamartín con un golazo de cabeza.

No podría ser, el equipo de provincia asaltaba el feudo blanco y algo había que hacer. Ahí estaba Pérez Pérez para cambiar la historia, anular el gol sin dar ninguna explicación realista y dejar al Valencia y a su afición con la miel en los labios.

Por si esto no fuera bastante, el colegiado no señalaba un claro penalti por agarrón de Pavón sobre Albelda en el minuto 90. No hubiera sido del agrado mediático un penalti a última hora.

De esta manera, el Madrid se quitaba un rival de encima y reforzaba su liderato ( que luego terminaría perdiendo ) en favor de un Valencia cuyo presidente por aquel entonces, Jaume Ortí, estallaba en un ataque de sinceridad con declaraciones muy duras pero reales: "Sé cómo se siente la afición, es una sensación de impotencia. El partido lo vio toda España. Pasaron demasiadas cosas en contra y con sus decisiones el árbitro desvirtuó el resultado. Aún así la televisión es muy parcial e ignorará imágenes que no convienen".

Cargado de razón estaba el presidente del Valencia. A la mañana siguiente los medios de comunicación madrileños y madridistas pasaban por alto ambas acciones y las palabras del máximo mandatario del Valencia eran tomadas como una pataleta sin importancia y la figura del presidente tratada de pueblerina y de no tener el saber estar y el temple necesario para ejercer la presidencia de un club como el Valencia.

Pero la historia no acaba aquí. Con el Valencia siendo campeón después del gol anulado a Ilie, el conjunto de Mestalla volvía a presentarse en el Bernabéu como una clara amenaza. Esta vez, el encargado de hacer el trabajo sucio fue Pino Zamorano.

El Madrid, por segunda temporada consecutiva lo estaba pasando muy mal con un empate a uno en el marcado hasta que llegó el momento clave. Corría el minuto 63 cuando Aimar disputó un balón a Salgado, el madridista saltó y simuló una falta que llevó a Pino Zamorano a mostrar la segunda amarilla al argentino. Esta injusta expulsión hundió al Valencia, que sólo cuatro minutos después encajó el 2-1.

En aquel momento el que dió la cara por el club fue Benítez: "Tenemos que hacer el doble para conseguir quizá la mitad, pues habrá que hacer el doble. El esfuerzo y trabajo de los jugadores queda en nada, en tres puntos que se te escapan y encima con cuatro goles encajados. Es bastante doloroso que hagas tantas cosas y que logres tan pocos frutos".

Pero la prensa madrileña (nacional y seria, en teoría) volvía a desacreditar las palabras de un entrenador que ya por entonces era campeón de una liga española. La expulsión fue clara, el pisotón existió y las palabras de Benítez no eran más que la continuidad de un discurso "llorón" y "sin argumentos" heredado de Jaume Ortí.

Pero el punto álgido estaba todavía por llegar. Una temporada después, tercera consecutiva, el Madrid y su prensa se volvían a reír del Valencia y en concreto de uno de sus jugadores, Carlos Marchena.

En aquella temporada y con el arbitraje de Tristante Oliva la sensación de impotencia volvió a reinar en el valencianismo. De nuevo, los de Benítez hacían un partido serio, dejando en evidencia las mil y una lagunas de aquel Madrid y aquello no se podía permitir.

El gol de Ayala daba ventaja al Valencia pero una vez más había que cortar las alas al conjunto de Mestalla. Un balón bombeado al área y una lipotimia de Raúl cerca de Marchena era aprovechada por Tristante para pitar penalti y solucionar la papeleta al conjunto blanco.

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La prensa madridista llegó aquel entonces a límites insospechados. Se llegó a asegurar que el central valencianista había asistido de pequeño a clases de karate y que el penalti sobre Raúl era el más claro de la historia ya que había utilizado una técnica llamada usinage.

Ni cortos ni perezosos se plantaron en casa del andaluz para preguntarle a su padre por las aptitudes en este marcial del jugador ahora en las filas del Villarreal.

Todo ello son sólo pequeñas muestras que nos hacen ver que el victimismo que impera hoy en la capital de España es completamente desmesurado. Quizás no hayan tenido los mejores arbitrajes frente al Barcelona pero la prensa, que se presupone neutral y nacional, debería echar la vista atrás para ver que ellos son los primeros que cuando les ha beneficiado han escondido y apoyado los errores arbitrales.

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