El afortunado Sauro Tomá

Una lesión le salvó la vida

A finales de los años cuarenta había dos equipos que germinaban algo que haría llevarse a sus coetáneos las manos a la cabeza.

Uno de ellos era la Hungría de Kubala y Puskas, el equipo que enamoró de la misma manera que humilló a Inglaterra en Wembley y que fue uno de esos equipos que dejó una impronta en la historia del fútbol mundial y que se jubiló sin la posibilidad de ganar un gran trofeo.

El otro era un club italiano, el Torino que se ganó el sobrenombre de “el equipo invencible” cuando encadeno cinco Scudettos consecutivos y casi los mismos años sin conocer la derrota.

El Torino invencible

Un equipo liderado por el gran Valentino Mazzola (padre de Sandro, histórico interista), escudado por Bacigulpo y Loik, bajo la batuta del entrenador inglés Lievesly.

Todos conoceis la historia del avión que transportaba al equipo turinés, entrenadores, directivos, periodistas y aficionados regresando desde Lisboa y su trágico desenlace cuando se estrelló en la Basílica de Superga.

Toda Italia se sobrecogió y el “Toro” tuvo que acabar aquel Scudetto con un equipo plagado de juveniles, ya que casi todo su equipo falleció aquel día. Los rivales en un acto de respeto y de honra hacia la memoria de los que habían conquistado con un fútbol de alta escuela a todo un país, presentaban también al equipo reserva o juvenil para enfrentarse a los grana.

Pero hubo un jugador de aquel Torino que pasó de ser un proyecto de peso pesado a un habitual en las alineaciones del equipo. Y es que Sauro Tomá, lateral izquierdo de poco más de veintitres años había conseguido seducir con su buen hacer a Lievesly para tenerlo en cuenta para el primer equipo.

Cada oportunidad de disputar minutos con el histórico equipo de Turín era ya una victoria para el joven Sauro.

Los días previos al viaje a Lisboa, Tomá había estado tratando un problema de menisco junto con el gran Mazzola y se cayó definitivamente de la lista, no así Valentino, que pese a no estar al cien por cien, si estaba para deleitar al público portugués en aquel partido de exhibición.

Sauro Tomá se quedó en la ciudad italiana haciendo sesiones de recuperación y volviendo de una de ellas, no pudo más que sorprenderse cuando llegando a casa, ésta estaba custodiada por vecinos, curiosos y periodistas a la espera de saber del lateral.

Y así se enteró Tomá del accidente de Superga, de la pérdida de la mayoría de compañeros y amigos de equipo.

Lo que en un principio se tomó como una de las peores desgracias de su vida, el caerse del equipo por una lesión, se tornó en el mayor golpe de suerte que se puede encontrar.

Su mujer, con los ojos casi secos de tanto llorar no paraba de repetirle que ese viaje le daba mala espina y que gracias a Dios, él no se había montado en ese avión. El día de antes era ella la que consolaba los sollozos de su esposo al no poder tomar parte del equipo que jugaba contra el Benfica.

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