Champions League: Al Barça le basta con su genio

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Cuesta realmente tratar de establecer un relato, en cualquiera de las formas en que uno quiera planteárselo, referido al partido que el Fútbol Club Barcelona y el Arsenal jugaron este martes por los cuartos de final de la Champions League. Bah, en realidad trazar una crónica de los acontecimientos no es tan difícil si nos atenemos a los mandamientos lineales de espacio-tiempo. Lo que es complicado es explicar que los locales no hicieron un gran partido, que los visitantes cumplieron con el guión que tenían preestablecido de antemano y que, a pesar de todo esto, se fueron con cuatro goles en su portería. ¿Tan difícil es desentrañar lo que sucedió sobre el césped del Camp Nou? Ahora que lo pienso, en realidad no lo es tanto. Una pequeña frase lo define a la perfección: lo que pasó fue Messi.

El mentiroso 2-2 con el que había terminado el partido de ida dejaba con vida a un Arsenal que llegaba al Camp Nou repleto de bajas. Y no de cualquier tipo de bajas: Cesc, Van Persie, Arshavin, Gallas, Song. Ausencias de peso, que aún así Arsene Wenger se encargó de compensar con un planteamiento acertado. Pretender salir a jugarle de igual a igual a este Barça no sólo que es una locura, sino que es firmar el certificado de defunción. Así que fue repliegue efectivo, muchas ayudas en las marcas, presión exhuberante, salir a golpear con velocidad tras la recuperación del balón y, para qué negarlo, un poco de leña, aquella más propia del viejo Arsenal que de este, instalado en un paradigma diferente tras la jesuítica aparición de Wenger. De hecho, con esa hoja de ruta fue como se abrió el marcador. Un limpio quite de Diaby (interesante partido del francés) a Milito propició un contragolpe letal en pies de Walcott y definición de Bendtner a dos tiempos. El plan le venía funcionando de maravillas al entrenador galo de los "Gunners".

Pero el Barça tiene al mejor jugador del mundo, a uno de esos que está llamado a hacer historia de la más grande. Y con esa sola razón le basta para doblegar a cualquiera. Dos minutos le duró la alegría a los londinenses para que el duende rosarino deslizara un latigazo de zurda que Almunia ni llegó a ver. Poco más para que cayera el segundo tras una jugada que él mismo inició. Y un tramo adicional para que entrara el tercero con una sutileza de los grandes. Sí, el Barcelona jugaba incómodo, no podía hacer rotar el balón como pretendía ni contaba con la profundidad deseada. Sucesos invertidos al encuentro de ida, cuando bien pudieron caer dos o tres en quince minutos y el marcador no se movía del cero. Es que contra la magia, poco hay para hacer.

Después de todo eso hubo un segundo tiempo, donde los locales no se esforzaron por hacer demasiado más, pero tuvieron que correr un poco más de lo deseado. Hubo un acto final donde los de camiseta blanca (por cierto, muy bonita la equipación alternativa de los "Gunners") ya estaban noqueados mentalmente por . Y también hubo lugar para que el artífice de una noche inolvidable se anotara el cuarto en su cuenta personal y se convirtiera en el máximo goleador de la historia blaugrana en Champions League con tan sólo 21 años. Real Madrid, Inter, todos los que tengan que enfrentarlo: no es de poco hombres temerle a semejante bestia celestial e impredecible; es el más puro acto de sensatez.

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