De pibe no cuestionaba

Messi ganó su sexto balón de oro. Una carrera pletórica. Transformación en su juego, evoluciones. Hay cosas indispensables a seguir. 

Vivimos en épocas donde las nuevas tecnologías democratizaron la palabra. Sin embargo, es dentro de esa democratización- mucho más ligada al adulto que al niño- donde se terminan distorsionando ideas ligadas a la ingenuidad e inocencia. El fútbol no es ajeno a este contexto. Hay adherencias que no se pueden retrucar. Incondicionalidades que están ligada al buen fútbol. Al verdadero buen fútbol. A ese fútbol, que se vislumbra en el potrero, que cada día pierde más cómo espacio físico -educativo y de expresión.

Cuando uno va creciendo, la vida misma te quita esa ingenuidad y ese estado de creencia que se tenía de pibe. Acontecen factores que te convierten en alguien consciente de lo que es la vida y te transforma en una persona que cuestiona lo que en realidad no debería cuestionarse. Uno no cuestionaba al mejor en su grupo de amigos. En el pan y queso era el primer elegido. Se sabía quién era el bueno, quien podía provocar alegrías y facilidades. Quien podía crear ilusiones y esperanzas. No había un pero después. Había una complicidad entre los pibes, de que, dentro del espacio de astucia y picardía, que es el potrero, el pan y queso era vital para apoderarse del "mejor". Inclusive se buscaba jugar con el tiempo y el pie para ser más pillo que el otro. Todo para tener al "mejor" en sus filas.

Había ya cosas supuestas cuando nos juntábamos con los chicos. Nos emocionaban los “mejores”, los que creaban, los que te hacían dibujar una mueca de sorpresa, los que innovaban. No había un pero después de hablar de Zidane, Ronaldinho, Ronaldo, Aimar, Riquelme, etc. Ya lo sabíamos. No había algo que nos corrompiera. “Yo voy a ser Román”, “Yo, Zidane”, “Yo, Dinho”, decían mis amigos cuando queríamos jugar al fútbol bajo el nombre de estos jugadores. Al “bueno”, lejos de ser rechazado, es al que había que seguir, al que había que proyectar, al que había que legitimar.

Hoy Messi recibió su sexto balón de oro. Habrá peros por delante de su nombre en este mundo donde hay ciertos sectores que esconden verdades olvidadas. Esas verdades creadas en nuestra niñez, en nuestros sueños de niño. Una vez mi abuelo me decía que los balones de oro tienen que ser entregados por los más chiquititos, porque saben lo que los emociona. Comentaba que los adultos luego se vuelven demasiado sofisticados y tratan de plantearse todo, todo el tiempo.

Creo que está en lo correcto. Hay cosas que no se miden, no se plantean. Porque se pierde ese sistema de creencias que nos remontaba a nuestra época de pibes, donde el “mejor” era el indispensable. Y hay cosas indispensables que son fundamentales, para legitimar un fútbol mejor.

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