River: entre su consagración y lo insano

River le ganó 3 a 1 a su clásico rival y se consagró campeón de la copa Libertadores de América. Alcanzó a Estudiantes con 4 Libertadores.

Terminó la larga espera. Terminó la insoportable final de la Copa Libertadores de América de 2018. River se impuso sobre Boca y se consagro campeón. Final donde se vislumbro que hay dos componentes que no terminan de complementarse dentro de este deporte: el juego y el negocio. Dos temas que no pueden coexistir y entran en conflicto. Aquellos que quieren mantener el amateurismo en este deporte, se topan con que el fútbol se volvió profesional y ha perdido sanidad.

Ese profesionalismo, con el asentamiento del negocio, del dinero y el consumo, llevo a que este deporte no se comprenda desde la convivencia con la incertidumbre, desde la línea delgada entre la victoria y la derrota, de que perder forma parte del juego, de que hay un contrario, de que el contexto repercute, de que se convive con lo volátil: felicidad y tristeza, alegría y frustración. Es ahí donde el fútbol, pierde detalles. Y los pequeños detalles son aquellos que denotan los valores: el saber perder, de que la derrota es una posibilidad, de que tenemos en nuestras manos el cómo y no el resultado, de que querer no es poder.

Cuando esto no se comprende, el futbol como juego pasa a un segundo plano. El jugador y su interacción con los demás integrantes y la pelota es solapado por lo lateral, por lo periférico a lo esencial del fútbol. En ese entorno, la psicología del resultado llega a límites insospechados: se buscan las excusas, se cae en la demagogia, se bucea dentro de lugares comunes, se retuerce y se fuerza la dialéctica, se hace énfasis más en la desgracia ajena que en la felicidad propia, se pone acento en el ventajismo, se crean teorías excesivas y posiciones extremas. Un entorno insoportable para algo tan sencillo y genuino cómo es el fútbol.

Entorno, que se hizo notar en el Monumental y que está constituido por la insania con la que convive el fútbol. Concepto de insania que no busca acusar y enjuiciar. Sino de comprender donde están parados los actores sociales cuando accionan dentro de la cultura futbolística, donde el fútbol es un lugar de emoción y no de razón. Donde el negocio no comprende el fenómeno de masas que implica un superclásico y hasta inclusive es cómplice con los intereses que se juegan dentro del contexto cultural futbolístico.

Esta dinámica, terminó trasladándose a España, al Bernabeu, al estadio del Real Madrid. Otra vez el corporativismo. Otra vez el poco entendimiento y la incapacidad, para interpretar de que el fútbol es un hecho cultural, social y sentimental peculiar dentro de nuestro país.

Interpretar una cultura de masas, como el fútbol, requiere de sensibilidad. Sensibilidad para reconocer que un River-Boca forma parte de una dinámica simbólica en la Argentina. Negociar con esa dinámica, es poner el acento en el fútbol como un momento de representatividad, donde este deporte tiene un poder cultural para el niño. Es un instante de pasión, donde tan bien se ve reflejada en la literatura y en el cine argentino. Es memoria histórica. Historia que fue distorsionada cuando se le entrego el producto a España. Que paradoja. España. Si bien se quiere renegar de nuestra historia verdadera, de algún u otro modo, volvemos a denotar nuestra condición de país dependiente y entreguista.

Sin embargo, dentro de ese circo, la pelota sigue rodando. Y River superó 3 a 1 a Boca para obtener su cuarta Copa Libertadores de América. Un partido que se puede definir desde la siguiente clave: varios partidos dentro de un mismo partido. El primer tiempo, Boca propuso un mecanismo defensivo de cooperaciones, conjugando marcaje individual con marcaje zonal, movimientos de vigilancias y coberturas, basculando de un lado hacía el otro, escalonándose bien, donde los metros entre líneas eran muy estrechos. En ese sistema, a los desplazamientos de Nandez, Barrios y Pablo Pérez, se le sumaron los desdobles de Villa y Pavón, que permitieron conformar esa telaraña que bloqueo receptores y le quitaron al poseedor de la pelota capacidad reactiva e imaginativa.

Por el lado de River, tuvo la posesión, pero con posesiones fijas, donde los jugadores se mantenían dentro de su círculo de influencia y no salían de ahí. Eso llevo a River a pasarse la pelota entre sí, a circular la pelota, a generar números de pases, pero con mucha previsibilidad y sin cambio de ritmo. Había un exceso de toques de conservación, sin juego al espacio, sin capacidad de fijar para crear caminos y pasar, sin pases engañosos, sin juego posicional que permita agitar y desordenar a Boca.

Boca le impidió esa sucesión de pases a River. Secuencia de pases que son esenciales para desequilibrar al rival. Por merito propio y por incapacidad ajena. Sin embargo, le costó hilvanar contragolpes. Salvo en el gol, donde se generó la siguiente secuencia: robo, pase (Pavón y Pablo Pérez) y asistencia (Nandez), terminando en zona de finalización con Benedetto, que tiene un poder síntesis que le permite con un simple control generar nuevos espacios. Además de la capacidad goleadora que posee.

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En el segundo tiempo, Boca empezó a tener baches. Perdió concentración, dejo de recuperar en zonas del campo donde antes lo hacía, los desplazamientos defensivos dejaron de ser tan efectivos, los abanicos de un lado hacia el otro eran menos criteriosos y los espacios entre líneas eran mas amplios. Ahí River empezó a encontrar mayores sociedades y fluidez en su juego. Encontró mejores conexiones que le daban al conjunto millonario no solo mantenimiento de la pelota y desmarques de apoyo, sino también desmarques de ruptura. Además de una mejor velocidad técnica en el control y en el pase, tan esenciales para romper con estructuras defensivas del contrario. Eso le proporciono a Boca una dificultad mayor para llegar a los anticipos y a la presión.

Dentro de un paréntesis, Juan Fernando Quintero fue un punto de inflexión. El fútbol tiene su lógica. El futbol es relacional, asociativo, combinativo, engañó, sorpresa. River tuvo escasez de esto en el primer tiempo. Con Quintero, el segundo tiempo, River encontró pase tenso, pase con riesgo, mayor inventiva e imaginación. El colombiano parecía ajeno al contexto. Es un jugador que entra en contacto con la pelota. No desaparece. El “dámela a mi” forma parte de su juego. Toma decisiones. Juega desacomplejado. Un axioma: siempre hay que juntar a los buenos.

Con el correr del partido, Boca no tuvo respuestas a través de la generación de situaciones, del funcionamiento colectivo y del soporte coral. Quedo supeditado a la dependencia del talento, del bombardeo al área y a la jugada aislada. También empezó a perder reservas físicas. Correr detrás de la pelota genera un efecto psicológico que implica tensión y concentración. Y los esfuerzos reiterativos llevan a que se baje la intensidad en ciertos periodos y a perder continuidad en el juego. Esto, sumado a la expulsión de Barrios, y a los imprevistos, como las lesiones, que no se supieron cómo gestionar, o tal vez, no se tuvieron las herramientas para compensar cada perjuicio físico. ¿Por qué no estuvo Cardona? ¿Por qué el único recambio en el medio era Gago?, son algunas de las preguntas que se conjeturan.

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Boca entro en un contexto poco propicio para poder conservar el resultado. Esa desventaja numérica y la merma del capital físico, fue capitalizada por River que le permitio situarse en campo rival, arrinconar a Boca contra su propia área e imprimir el talento en los últimos metros, como el de Quintero, que es donde verdaderamente debe influir.

Luego del gol de Juanfer, Boca y la ansiedad que genera el juego anárquico cuando te aprieta el tiempo y estas necesitado de resultado, llevo al Xeneize a quedar partido y que detrás de sus espaldas haya vacíos y blancos para explotar y aprovechar, tal como lo hizo el Pity Martínez.

Este River, que ha entrado en la dinámica ganadora más rica de la institución, tiene como figura angular a Gallardo, que le ha otorgado una identidad (fuerte, veloz, movimientos al espacio, presión en diferentes zonas del campo y en bloque) y condimentos abstractos: personalidad, atrevimiento, valentía, fortaleza anímica, temple ante la adversidad. De esta manera, se han generado anticuerpos que le permitieron a River edificar un gen competitivo. El líder es el que influye en los demás de manera positiva. Y la época de Gallardo no solo es una era de éxitos, sino que es una era donde la afición se siente feliz, la institución en salud y los jugadores en estado de bienestar.

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