Real Madrid, la dramática historia de Laurie Cunningham

La perla negra que encontró la muerte en la carretera. Laurie Cunningham murió el 15 de julio de 1989 en Madrid. Su historia es muy dramática

La vida de Laurie Cunningham fue digna de un largometraje. Repasamos la dramática y apasionante historia del jamaicano que quiso jugar al fútbol...

Para un jugador nacido en Inglaterra, subir los 39 escalones que separaban el césped de la tribuna de Wembley era el sueño. Laurie Cunningham no escapaba a ese deseo cuando vivía en un humilde distrito del norte de Londres. Tenía diez años el día que Bobby Moore levantó la Copa del Mundo de 1966 y todavía era ajeno al duro camino que le transportaría al mismo lugar 22 años más tarde, en 1988. El código maravilloso del destino le llevaría a levantar la FA Cup con el Wimbledon Football Club de manos de la princesa Diana, curiosa coyuntura, ya que ésta fue una fiel defensora de los derechos humanos, y Laurie, uno de los futbolistas que mejor encarnó la lucha por la igualdad racial a finales de los años setenta; una época en la que la sociedad del Reino Unido todavía vivía intoxicada por ciertos prejuicios.

Cunningham y la princesa Diana tenían más cosas en común de lo que aparentemente su origen y posición social podría indicar. Los dos representaron la luz del Reino Unido en una misma época. Diana Spencer se conviertió en princesa de Gales cumpliendo un viejo sueño de su aristocrática familia, mientras que Laurie se transformó en la perla negra del fútbol británico después de conocer el rechazo debido a su ascendencia caribeña. Los dos representaron el futuro del país, cada uno en su contexto, con una historia que roza lo idílico a los veinte años, algo cercano a la perfección. Sin embargo los caminos de rosas no existen, y aquel fortuito encuentro en el templo del fútbol inglés en 1988, representó el último de sus vidas: Laurie murió un año más tarde, con solo 33. Lady Di a los 36 en París, una ciudad que también quedará ligada a la dramática vida de Cunningham.

Mister Cunningham...

Laurence Paul Cunningham quedó difuminado en la historia del fútbol. Su decepcionante paso por España no confirmó las condiciones que poseía. Sus años en el West Bromwich Albion le habían colocado como la gran promesa del fútbol inglés. Hijo de un jinete de caballos jamaicano, estaba llamado a liderar a la selección tras la ausencia del equipo nacional en los mundiales de 1974 y 1978. Era rápido, jugaba en las dos bandas, regateaba y llegaba a la línea de fondo con una facilidad desbordante: Ron Atkinson, su mentor en Birmingham, le definió como el mayor talento del fútbol británico desde la aparición de George Best. No era para menos, ya que Cunningham era un futbolista con pasaporte genético de atleta. Su fortaleza jamaicana le hizo destacar después de que el Arsenal rechazara incorporarle en su juventud.

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Cunningham fue el primer jugador de raza negra que representó a Inglaterra en cualquier categoría cuando jugó con la Sub 21, aunque tuvo un precedente en la selección absoluta, Viv Anderson. El West Bromwich de Bryan Robson, Cyrille Regis o Brendan Batson, era el equipo de moda del fútbol inglés a finales de los años setenta, tanto que se convirtió en el primer club occidental que visitó China en 1978. Allí estaba Cunningham, que llegó procedente del Leyton Orient pocos tiempo atrás.

Pero la eliminatoria que cambió su vida para siempre fue la disputada en la Copa de la UEFA 1978-79. Los "baggies" habían vuelto a las competiciones europeas nueve años más tarde, y tras batir al Galatasaray y al Sporting de Braga, tuvieron que verse las caras ante un histórico del fútbol europeo que también llevaba tiempo sin aparecer en Europa, el Valencia CF de Mario Alberto Kempes.

Cunningham firmó una actuación sensacional en el partido de ida, donde los ingleses se comieron al Valencia conforme el encuentro avanzaba. Un hombre impresionó aquel día, una gacela negra que destrozó a la defensa local. Marcó el gol del empate, neutralizando el tanto de Darío Felman. Tras rematar, Cunningham se levantó del suelo con un espectacular salto, demostrando su forma física y elasticidad. Y es que si algo apasionaba más a Laurie que el fútbol, era el baile, y en el campo se encargaba de demostrarlo. Tenía un juego de piernas brutal, danzaba en el campo con el balón, y unía a ello su espectacular fuerza; era el Muhammad Ali del fútbol.

La perla negra de los blancos

Y el Real Madrid no lo dejó escapar. Los blancos se fijaron en Rummenigge, en Keegan y en René van de Kerkhof, pero Cunningham les enamoró. Desembolsaron más de cien millones de pesetas y los derechos de taquilla de varios amistosos: el West Brom dejaba marchar a su estrella, y el propio futbolista escribió una carta en el diario The Sun para despedirse. En ella hablaba de la enorme emoción que representaba llegar al fútbol español, lugar ideal para desarrollar sus aptitudes y puente perfecto para preparar su siguiente gran reto: la Copa del Mundo de 1982 que debía celebrarse precisamente en España.

Su fichaje se convirtió en la gran noticia del fútbol español de aquellos días. El jugador asistió tras su presentación a la final de copa de 1979, en la que se enfrentaba su nuevo equipo y el club que había permitido darlo a conocer meses antes, el Valencia Club de Fútbol. Este partido causó un gran impacto en la memoria de Laurie, que se mostró impresionado por el ambiente. Los sueños de un joven de 23 años se estaban cumpliendo. Había desarrollado su carrera siendo descendiente de jamaicanos en un entorno hostil, y se acababa de convertir en el primer antecedente de David Beckham con la camiseta del Real Madrid. Era el ídolo del momento, pero quizá su cabeza no estaba preparada para soportar la presión que le llegaba. En su época, el traspaso de Cunningham fue el segundo más caro de toda la historia del fútbol inglés tras el de Trevor Francis, y se iba a convertir en el jugador mejor pagado del momento en España. Laurie Cunningham se puso a las órdenes de Vujadin Boskov, y su debut en la liga se produjo cómo no, ante el Valencia.

El futbolista no terminaba de funcionar como el entorno esperaba, pero aunque sus actuaciones no fueron espectaculares, era pronto para emitir un análisis, y todo se achacaba a una difícil adaptación a su nuevo país. El 6 de Febrero de 1980, Cunningham firmó un discreto partido en Wembley con la selección inglesa en el último encuentro de clasificación para la Eurocopa ante Irlanda. Pero días más tarde demostró que era un jugador con un potencial interior inmenso, capaz de recomponerse y jugar como un auténtico "Sir" de su deporte.

Vivió la actuación más destacada de su paso por España, el partido por el que ha sido recordado décadas después. El Real Madrid ganó 0-2 en el Camp Nou y Cunningham jugó de forma descomunal. Su presencia en el campo anunció al nuevo crack que llegaba, el hombre elegido para convertirse en la gran estrella del fútbol europeo tan pronto como lograra sentirse cómodo en el Madrid. Barcelona le despidió entre aplausos, lo nunca visto, un jugador del Real Madrid ovacionado en el estadio del eterno rival.

Pero eran fuegos de artificio, ya que el inglés nunca volvió a mostrar ese nivel. Al contrario de lo que podría pensarse de antemano, quedó relegado de la selección inglesa en el equipo que debía viajar a la Eurocopa de Italia. Su tiempo en el Madrid estaba estancando su carrera, donde a pesar de ganar la liga y la copa en 1979-80, no terminaba de ofrecer el fútbol que de él se esperaba. Su no convocatoria para la Eurocopa fue discutida, y algún periodista de su país comparó a Cunningham con Jimmy Greaves o Stanley Matthews, señalando que su ausencia podía representar un error histórico para Inglaterra.

El camino de la desgracia...

El infortunio siempre estuvo presente en la vida del poderoso delantero londinense. Un pisotón del jugador del Betis Bizcocho le apartó del fútbol en Noviembre de 1981. Tras el incidente juegó infiltrado en su siguiente visita al Camp Nou (nada que ver con la anterior) y un amistoso en el Parque de los Príncipes ante el Nantes. Pero su dedo gordo del pie estaba roto y necesitaba una operación. Ésta llega en Diciembre, Cunningham es intervenido sin nadie que le apoye en el hospital. Ningún compañero, ningún familiar... aquel día no estaba ni su inseparable novia Nicky Hare Brown; su vida había entrado en una espiral negativa que le llevaría a la autodestrucción.

De forma sorprendente, dos días después de la operación fue cazado en una discoteca con escayola incluida, así era Cunnningham. El Madrid le sancionó y aprendió a vivir definitivamente sin su presencia en el campo. La reaparición se retrasó, y mientras, los de Boskov perdieron la liga en Valladolid en un último encuentro de locos. A pesar de todo Cunningham consiguió llegar a tiempo para disputar el partido más importante de la temporada, el último de todos: uno de aquellos que significan el motivo por el cual un jugador elige su profesión, la final de la Copa de Europa. Laurie Cunningham llegó a París para ayudar al Real Madrid a conquistar su ansiado séptimo trofeo.

Un balón de Camacho que se marchó alto y un fallo en defensa de García Cortés resumen aquella final contra el Liverpool. El Madrid perdió y la estrella inglesa poco pudo aportar en el campo. Tras el encuentro homenaje a Pirri en el Santiago Bernabeu pocos días antes de la final, muchos pensaron que sería el salvador del equipo, que su presencia ayudaría a alcanzar la gloria, pero la realidad demostró que todavía estaba muy lejos de su nivel.

En 1982 ocurrió otro hecho maquiavélico en la vida del futbolista. Norma Richards, natural de Antigua y que se hacía llamar Norma Cunningham, es asesinada en el distrito londinense de Dalston. Ella era su cuñada, la compañera de su hermano Keith Cunningham. En el repugnante crimen también murieron dos de las hijas de Norma. El asesino, Tony Dyce, escapó de la justicia en su momento, y será 28 años después gracias a la investigación del periodista Peter Law, que se encontraba escribiendo un libro sobre Cunningham, cuando las pruebas aportadas hacen reabrir el caso. En su momento la tragedia afectó de forma notable al jugador y conmocionó a la sociedad inglesa. La mala fortuna parecía haberse instaurado definitivamente en su vida.

Terminó su periplo en el Madrid evaporándose, siendo un problema más que una solución para los blancos. Fue cedido al Sporting de Gijón, volviendo a su país por la puerta de atrás. Poco quedaba del maravilloso futbolista que había sido en los años setenta. A pesar de ello ofreció destellos, tanto en el Olympique de Marsella como en el Leicester tuvo momentos de brillo. Las lesiones le habían mermado mucho, pero seguía queriendo ser el jamaicano soñador e idealista que jugaba por placer en sus inicios, el futbolista que había formado parte del trío conocido como "The Three Degrees" en recuerdo del legendario grupo de Soul y música disco que triunfaba en los setenta.

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Se había despedido de la selección hacía tiempo, pero en 1988 en aquella final de la FA Cup en Wembley junto a Dennis Wise y Vinnie Jones, tuvo su momento. Salió en la segunda parte con el 14 a la espalda. El Wimbledon ganó al Liverpool aquel partido y Cunningham pudo completar una pequeña venganza ante los reds. Pero su corazón, su casa y también su final, se encontraban en Madrid.

España le había conquistado. Tenía familia, recuerdos y ganas de volver a jugar en nuestro país. Aquí confiaron en él como dueño de la delantera del Santiago Bernabeu en su día, brindándole el cariño y la confianza que jamás podía haber imaginado en su niñez. Tuvo que luchar con el peso del escudo, con la leyenda de Didí, el futbolista de raza negra que no triunfó en el Real Madrid. Cunningham era ese niño desobediente que no terminaba de crecer, pero sus trastadas en la noche terminaban siendo perdonadas, al igual que su gigantesco sueldo. Volvió al Rayo para jugar en dos etapas, la última de ellas ofreciendo su último aliento al fútbol español.

No triunfó, pero su sonrisa seguía estando allí, las ganas de sumar al grupo aunque fuera suplente. Una mañana de julio en la carretera de La Coruña se estrelló con su coche. Se desconocía si iba a seguir o no en el Rayo, aunque todas las papeletas apuntaban a que no. Terminaba una vida marcada por la desgracia y una carrera que pudo ser gloriosa. Fue un año terrible para la carretera y el fútbol, ya que poco tiempo después moría Gaetano Scirea. Aquella fatídica mañana del 15 de Julio de 1989 en un Seat Ibiza, se marchaba Laurie Cunningham con solo 33 años, el niño jamaicano que soñó con ser futbolista.

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