Manchester City: Yayá Touré, la mutación de Huntington

El marfileño domina la Premier League gracias a su contundencia física. Se ha consagrado con el Manchester City y ahora tiene una reválida en Champions

El Manchester City tiene en Yaya Touré a uno de los centrocampistas más poderosos del planeta, que entiende al fútbol a zancadas y domina por físico. Es un superdotado capaz de recoger el balón en un área y llevarlo a la otra. Analizamos su figura a través de José David López.

Alucinaciones, irritabilidad, paranoia y psicosis como muestra de una gran actividad interiorizada. Movimientos faciales, muecas involuntarias, espasmos en extremidades, marcha inestable y movimientos lentos pero incontrolables como muestra de una gran vertiginosidad corporal. Son efectos negativos, o al menos imprevisiblemente peligrosos, de la enfermedad de Huntington. Las personas que padecen esta mutación genética causada por un defecto genético en el cromosoma Nº4, aprenden más rápido que las personas sanas y cuanto más pronunciada sea ese proceso mutable, mayor celeridad y solidez tendrán sus nuevos conocimientos y aprendizajes.

Ese defecto corpóreo es causado por una parte del ADN llamada repetición CG, que hace que se duplique muchas más veces de las necesarias, aumentando notablemente las repeticiones mientras pasa de generación en generación. Por tanto, existen a nuestro alrededor, humanos con una manifiesta capacidad de administrar información y automatizarla positivamente. Esos mismos mecanismos que conducen a los cambios degenerativos en el sistema nervioso central, causan a su vez una mejor eficiencia del aprendizaje en un efecto paradójico que, extrapolado al fútbol, bien podría llegar a explicar la facilidad de adaptación, brillantez y productividad del jugador de élite más adaptable del planeta: Yaya Touré.

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El comodín marfileño es un paradigma de flexibilidad sobre diferentes estilos de juego, sistemas tácticos y ambiciones competitivas. Aprendió el oficio como pocos, mecanizó cada uno de los procesos amoldables a los que fue sometido, estabilizó unas pautas que aseguran su productividad y, a la vez, engendró un sistema personal de progresión consistente. Sumiso a las variaciones de todos los técnicos que ha tenido a lo largo de su carrera, rentabilizó cada uno de los aprendizajes a los que era sometido, engendrando así una base de datos capacitada para brillar en cualquier posición, rol y escenario. Demuestra una increíble progresión y crecimiento más allá de facultades físicas-técnicas que acompañan un corpulento ente capacitado para cualquier necesidad puntual o para liderar un sello identificativo. Una mutación que le ha llevado a ser considerado uno de los mejores jugadores del planeta y referente absoluto en el fútbol africano actual, que lo sitúa como elemento de mayor impacto mundial.

Como tantos y tantos chicos marfileños, el único sueño del Yayá niño era poder jugar en Europa con esos futbolistas a los que apenas podía divisar desde las calles de Bouaké (en el centro del país) y la afamada academia juvenil ASEC Mimosas le intuyó una prolífica carrera cuando lo incluyó en sus prácticas allá por 1996. Rodeado de varios de los chicos que hoy siguen manteniendo sus aspiraciones en diferentes clubes europeos, el primer salto fue el de tantos y tantos compatriotas, el ya casi olvidado Beveren (con el que existía un acuerdo de colaboración que facilitaba el acceso por cuestiones laborales y diplomáticas a tierra europea para todos estos chicos). Su aportación fue tan concluyente, que en apenas dos años y medio, el Arsenal llamó a sus puertas para realizarle unas pruebas previas a su adquisición que, curiosamente, no consiguió pasar a ojos de un Arsene Wenger que ha debido lamentarse demasiadas ocasiones por no ser capaz de lograr un permiso de trabajo para el joven. Lo más singular de todo esto, es que Yaya jugaba por entonces de delantero, iniciando ese proceso de aprendizaje avanzado gracias a la adaptabilidad que siempre evocó.

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Tanto se impacientó el chico, que en cuanto surgió una nueva opción con más facilidades financieras, no dudó en aceptarla, marchándose al Metalurh Donetsk. Su proceso evolutivo tuvo una parada corta, de apenas año y medio, pero suficiente para reconocer la frialdad, ritmo bajo y detalles de un fútbol diferente a todo lo que le esperaba por delante. Olympiakos le abrió al mundo, fue su gran escaparate, el que lo situó en la Champions League, el que le dio galones como una de las mayores promesas del momento y el que le hizo conocer no sólo una nueva posición (pasó de la delantera al mediocampo), sino un fútbol mucho más pasional en un equipo con necesidad de sumar títulos y ser siempre competitivo. El salto fue favorable, disputó el Mundial 2006 y su proyección se disparó, fichando ese mismo verano por un Mónaco que le crearía sus primeras disputas profesionales (con el técnico, un Laszlo Boloni que lo sacaba de zona medular) hasta que la estabilidad llegó en la segunda parte del campeonato (ya con Laurent Banide) aceptando su capacidad de llegada y marcando goles que le abrirían hueco en la súper-élite, la del FC Barcelona.

Su explosión no tardó en llegar y aquella promesa era una realidad más que consagrada. Tuvo tres campañas de éxito, fue regular en sus minutos, líder por momentos y desde luego, el perfecto comodín pues fue como culé donde mejoró su aspecto defensivo. Tanto, que regularizó su posición para convertirse en mediocentro de contención, destrucción, sacrificio y coberturas constantes dentro de un esquema muy ofensivo. Dio un paso más cuando las necesidades defensivas del equipo le obligaron a actuar como central (jugó una final de Champions en ese rol), demostrando una gran salida de pelota, colocación e inteligencia en el corte. Cursos de títulos, alegrías, sonrisas y éxitos sin parangón que encontraron un peligro en esa cadena alimentaria culé, la que amenazaba con convertirlo en una presencia secundaria con la aparición del canterano Sergio Busquets. Siempre amigo de los rumores, sorprendió cuando hace tres cursos dejó el Camp Nou para ser uno de los primeros en el proyecto del Manchester City que, gracias a sus facilidades financieras, le situó entre los mejores pagados del planeta (se argumenta que cobra unos 10 millones de euros anuales). Sin embargo, su aprendizaje tocó techo de citizen pues pese a la gran calidad e ideas de un equipo gigantesco en alternativas, la única que ha servido verdaderamente para destrozar rivales y ser clave en la consecución de títulos en momentos grises, ha sido la de Yayá Touré convertido en un llegador imponente y con olfato de gol por zancada, radio de acción y recorrido (lo demostró en el título de FA Cup hace dos años y en la lucha por la Premier el pasado curso).

Hoy, el considerado por muchos mejor jugador africano del momento, ha demostrado una innata capacidad de crecimiento e inteligencia para haber aprovechado cada experiencia en pro de una mejoría indiscutible en su juego. Un escándalo físico de potencia, arrancada, fuerza y corpulencia, aprovechada tanto en facetas defensivas para imponer respeto con su presencia, en labores medulares para ser el incesante destructor, recuperador incluso táctico, que llega a cualquier desvaría de un compañero, o en cuestiones ofensivas para aprovechar esas facultades de cara a puerta, fu increíble golpeo de balón, a su llegada al área, a su imponente zancada y hasta a su desarrollo para sorprender llegando desde atrás. El centrocampista completo que requiere el fútbol más moderno, adaptable a cualquier estatus o necesidad. Un avanzado a su época, un perfecto intérprete y el ejemplo del pequeño ‘éxito mutante’ de Huntington.

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