La doble identidad de los jugadores brasileños ¿Cracks o mentiras?
Acaparan un cartel excelente que no corresponde con la realidad de sus carreras

Hace no mucho tiempo Brasil era la reina del fútbol mundial por su forma de juego, sus títulos y por los jugadores que la componían. Incluso hoy día los más puristas siguen viéndola como la mayor fábrica de futbolistas de alto nivel. Allí han nacido grandes genios del balón, auténticos magos que elevaban a la categoría de obra maestra cualquier partido tan solo con una jugada suya. La cuestión es saber si detrás de toda esa genialidad existe realmente rentabilidad, puesto que parece complicado encontrar brasileños que sean capaces de rendir a un nivel óptimo durante el grueso de su carrera.
El caso de Ronaldo podría servir de ejemplo. Sus inicios fueron inmejorables. Tras su paso por el Cruzeiro dio el salto a Europa para fichar por el PSV Eindhoven en donde solo fueron necesarias dos temporadas y más de sesenta goles para despertar el interés de cualquier grande. Sobre todo, si ya traía bajo el brazo el título de Campeón del Mundo (Mundial de 1994) y había mostrado su carta de presentación con su potencia, técnica y velocidad, cualidades que definen a los grandes futbolistas y en las que nadie ha sacado una nota tan alta como él. Dos mil quinientos millones de pesetas le proporcionaron el cartel de adquisición más cara hasta el momento. Su repertorio en el FC Barcelona, aunque solo fuese una temporada, lo compensaría con creces. De ahí, previo pago de cuatro mil millones de pesetas, al Inter. Si hay que elegir sus mejores actuaciones habría que quedarse con su deslumbrante temporada en el FC Barcelona y su primer año en el Inter, cuando era capaz de fabricarse los goles de la nada, adueñándose del balón a treinta o cuarenta metros de la portería contraria. Superaba a sus rivales convirtiéndolos en marionetas que controlaba a su antojo para terminar marcando con una facilidad única al poner el balón donde quería o regateando al portero con un golpe de cintura tan inimitable como efectivo.
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Ronaldo se había estado construyendo un camino de rosas tanto en la selección como con su club que se marchitó en la temporada 1999/2000 por culpa de una lesión de rodilla que condicionaría el resto de su carrera a pesar de sus 24 años. Tras más de dos temporadas prácticamente en blanco, su regreso coincidió con la temporada del Mundial de Corea y Japón al que llegó para volver a deslumbrar. Su resurrección vino acompañada del fichaje por el Real Madrid, donde se esperaba que volviera a ser el jugador que ganaba los encuentros por sí solo. Su primera temporada en la entidad blanca reavivó la esperanza de que volviese a ser el que había sido pero aunque continuaba siendo un delantero decisivo ya no tenía la velocidad de antes y sus goles resultaban terrenales comparados con los de sus inicios.
La llegada de Capello al Madrid supuso el adiós de Ronaldo y el hacer de nuevo las maletas rumbo a Italia. Esta vez el AC Milan le abría las puertas a un futbolista algo pasado de peso, debido a sus problemas de tiroides, y que poco se parecía al joven que cruzó el charco para jugar en Holanda. Su última lesión en pierna izquierda presagiaba el final de sus días como futbolista pero se resistía a colgar las botas y decidió regresar a su país, al Corinthians, donde se retiraría definitivamente del fútbol por la impotencia que le provocaba su hipotiroidismo en el juego. Lo hacía con 35 años tras cerca de veinte jugando pero con no más de diez temporadas al nivel de genio. Posiblemente es el mejor delantero de todos los tiempos y podría haber llegado a ser el mejor jugador de la historia si las lesiones le hubieran respetado sin partir su carrera en plena juventud.
Muchos pensaron que Ronaldinho sería el relevo de Ronaldo. Iba a convertirse en el quinto rey del fútbol pero se quedó en el camino mientras se avituallaba en una discoteca. En el mejor momento de su carrera, cuando tenía 26 años y más se esperaba de él, fracasó en el Mundial de 2006. Como hiciera su antecesor, tras jugar en su país en el Gremio de Porto Alegre partió hacia Europa para enfundarse la camiseta del Paris Saint-Germain. Los cinco millones de dólares que emplearon los franceses en su traspaso fueron recuperados con creces gracias a los treinta millones de euros que el Barça les pagó por el brasileño. Todo iba bien. Se había convertido en ídolo de los aficionados a los que se había ganado con sus goles, su particular e infinitamente imitada celebración y su simpatía fuera del campo.
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Desde el 2006 con su selección y en la temporada 2007-08 con el Barça su juego se fue apagando progresivamente de una manera misteriosa y prematura. Quizás la falta de ambición y de regularidad fueron determinantes para dejar de desplegar su ingenio imprevisible en el ataque, sus malabarismos con el balón gracias a su desmesurada habilidad, sus pases al hueco mientras miraba a la grada que tanto le caracterizaron o sus cambios de ritmo y regates en carrera que servían para desprenderse de sus rivales. Su fichaje por el AC Milan y su regreso a Brasil para jugar en el Flamengo solo dicen que a pesar de su potencial decidió no llegar al Olimpo de dioses al que parecía estar predestinado en su juventud. Ronaldinho se suma a esta lista de brasileños que en el momento clave en el que se esperaba que diera el salto definitivo decidió frenar en seco y bajar a la tierra para disfrutar de los placeres carnales.
En esta clasificación habría que añadir a Romario, uno de los jugadores más singulares y extraordinarios de todos los tiempos. Él mismo eligió situarse un escalón por debajo de los reyes del fútbol. Consideraba que el fútbol era como lo sentía y vivía él. Tatuarle el cartel del flojo quizás sea excesivo pero sin duda su predisposición para el trabajo y el esfuerzo continuado no eran sus virtudes. Ha sido uno de los futbolistas más despreocupados por el equipo cuya indiferencia afectaba a su falta de compromiso con las tareas defensivas de las que huía descaradamente incluso cuando un rival corría con el balón en los pies hacia él. Tampoco se le veía participando cuando la jugada no estaba en las inmediaciones del área. Correr cien metros era como realizar una carrera de fondo pero cuando le daban diez metros no existía jugador que aprovechara tantos recursos en tan poco espacio. No dudaba en destrozar las cinturas a los defensas con sus regates y bombardeaba sin piedad a los porteros tanto con su pierna izquierda como con la derecha, de vaselina o con una cola de vaca. Todo valía y todo le salía bien.
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El ocaso de su carrera llegó en paralelo con el del Dream Team en su maravillosa temporada de 1993-94 cuyo colofón final sería el Mundial de EEUU. Hasta ese momento, su trayectoria había ido en ascenso tras pasar por el Vasco de Gama y PSV Eindhoven para recalar en el FC Barcelona. Apenas tenía veintinueve años y decidió regresar a Brasil para enfundarse la camiseta del Flamengo. A partir de ese momento deambuló por numerosos equipos como el Valencia, tras cinco años en casa, Fluminense, Al-Sadd, Miami FC, Adelaide United y America RJ. Clubes de segundo nivel para un jugador con una calidad especial que no quiso explotar no fuera a ser que tuviera que trabajar y abandonar su vida nocturna.
Parece que existe un factor común entre los magos del balón brasileños: sus carreras nacen temprano, deslumbran al mundo con su inigualable talento, atraviesan el charco para recalar en una liga menor europea (Holanda, Portugal,…) antes de dar el salto multimillonario por un grande. Hasta ese momento su currículum se engrosa a pasos agigantados con distinciones individuales y títulos colectivos. Cuando llega el momento en el que se espera que den un paso adelante en su crecimiento, se estancan: unos por culpa de las lesiones, otros, por su facilidad para caer en los lujos de la vida nocturna. A partir de ese momento viven de las rentas de un pasado que prometía un futuro condenado al estrellato. Años de éxitos que se esfuman a medida que transitan sin rumbo fijo por equipos de menor nivel alejados de lo que se esperaba que fueran. Algo así es lo que le sucedió a figuras como Robinho o Cicinho. El primero participó íntegramente en la consecución del campeonato brasileño por el Santos en 2002. Tenía 18 años y el mundo del fútbol a sus pies. Su seña de identidad eran las bicicletas, usar ese recurso en la final ante el Corinthians supuso conseguir un penalti a favor de los suyos. Con el paso de los tiempo, el club se le quedaba pequeño mientras sus aspiraciones crecían. Estaba tentado por el Real Madrid y no dudó en hacer todo lo posible por romper su compromiso con el que era su equipo para fichar por la casa blanca. Su trayectoria en España fue un déjà vu puesto que tres años después de su llegada estaba haciendo las maletas rumbo a Inglaterra para jugar en el Manchester City previo pago de una suculenta cantidad de dinero. Cesión al Santos, regreso al City y finalmente al AC Milan. No es que su carrera haya sido un fracaso sino que sabe a poco comparado con lo que se esperaba de él y de sus inseparables, y algo cansinas, bicicletas. Aunque se puede tachar de intermitente su trayectoria, lo cierto es que como todo brasileño cuando tiene que defender a la canarinha poco se le puede cuestionar. También con cierta facilidad a frecuentar ambientes festivos, su carácter polémico y sus encontronazos de niño consentido con sus clubes han convertido en tormentosas sus transferencias.
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Por parte de Cicinho, recientemente ha reconocido su problema con el alcohol en Brasil, un compañero de viaje que le persiguió durante sus mejores años como deportista. La fama le absorbió antes de que pudiera demostrar su valía. Como él mismo ha declarado: “Antes de ir a España ya cometía algunas locuras. Ganaba 800 reales al mes en Botafogo (300 euros) y me fui al Atlético Mineiro a ganar 7.800 (3.000€). Me creía rico y pagaba 1000 reales (casi 400 euros) a mis padres. El resto del dinero me lo gastaba en fiestas". Del Sao Paulo al Real Madrid de los Galácticos donde Beckham, Ronaldo, Roberto Carlos o Zidane eran algunos de sus compañeros. Ahí su problema se acrecentó: "Cuando me subí en el avión hacia Madrid se me subió la fama a la cabeza. Quería ser dueño de todo. Por ejemplo, llegaba a un bar y le pedía al camarero que abriese todo porque me lo iba a beber". Tampoco cuando se lesionó en 2009 con 28 años y perdió su puesto en el Madrid lo tomó como un ultimátum para resurgir. Todo lo contrario. Se fue a la Roma donde jugó lo mínimo sin bajar el ritmo de su vida extra-deportiva. Después de sus años en Italia, regresó a Brasil para volver a pasar tímidamente por España en el Villarreal. Su carrera se vino a menos y le consumió.
Que la sangre brasileña corra por las venas de un futbolista es sinónimo de talento, lo demuestre o no, pero también lo es de traspasos multimillonarios. Hoy día el ejemplo perfecto lo personifica Kaká. Tiene treinta años pero su rendimiento no se asemeja a aquel por el que el Real Madrid pagó 65 millones de euros. Sus registros se alejan a pasos agigantados de los conseguidos en el Sao Paulo y AC Milan cuando se esperaba que diera un golpe definitivo en Madrid. Sus lesiones le han empequeñecido y otro año más a las órdenes de Mourinho deben servir para que trate de acercarse de nuevo a su mejor versión, al menos para encontrar un nuevo candidato que pague lo suficiente para no perder todo lo invertido en él.
Son muchos los ejemplos de brasileños venidos a menos cuando la necesidad de regularidad llamaban a su puerta. Y no solo se trata de los de primera línea con aspiraciones a ser reyes del balón, también los de segunda fila flaquean cuando se les pide que sean constantes en su nivel. Nombres como Luis Fabiano, que tras sus éxitos en el Sevilla se vino a menos en las dos últimas temporadas en la capital andaluza, Lucio y su bajón al salir del Bayern o Maicon que con poco más de treinta años se asemeja a un veterano. Sin olvidarse de Viola, Luisao, Denilson, Rochemback, Rodrigo, Oliveira, Giovanni o Juninho Paulista.
Las excepciones
La sensación es que sus carreras se acaban pronto pero existen pequeños espejismos en este desierto que dejan el listón difícilmente igualable. Aunque Rivaldo tuvo un final de carrera cuestionable en equipos como Olympiakos, Bunyodkor o Mogi Mirim fue uno de los mejores de su época gracias a un físico privilegiado que le permitía superar a cualquier defensa y deleitar con el cañón que salía de su pie envuelto en un guante de seda. Era especialista en decidir partidos él solo con alguna genialidad de su variado repertorio, como sus mortíferos lanzamientos desde fuera del área. A pesar de su calidad y de ser decisivo no llegó a ganarse por completo el favor de la grada. Su mirada al suelo y su ensimismamiento que le metía en un mundo en el que solo él y el balón tenían cabida, no concordaba con el perfil de brasileño alocado y vividor de sus compañeros.
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Otro de los grandes que podría incluirse en cualquier once ideal de los últimos años es Cafú. A lo largo de su carrera como lateral derecho vio como los equipos por los que pasaba engrosaban la lista de títulos con su granito de arena puesto en forma de experiencia, implicación y rendimiento. Con dos Copas Libertadores viajó a Europa para jugar en el Zaragoza que sería campeón de la Recopa de Europa pero sería en la Roma y el AC Milan donde desplegara todo su potencial. Le costó encontrar su hueco con la selección brasileña porque a principios de la década de los noventa su posición estaba bien cubierta. Sería a partir del Mundial de Estados Unidos cuando se haría indispensable para los seleccionadores hasta tal punto que puede presumir d ser el único jugador en disputar tres finales de la Copa del Mundo.
Si hay un brasileño que por excelencia ha sabido aprovechar su físico y ha exprimido al máximo su carrera, ése es sin duda Roberto Carlos. De todos los defensas brasileños con alma de delanteros ha sido el más espectacular y quizás el mejor. Su nombre va unido al de un fútbol alegre y vistoso así como a su portentosa velocidad y fortaleza que convertían la banda izquierda en una autopista en la que nadie podía frenarle. La potencia de su disparo propiciaba tanto si llegaba desde atrás como con lanzamientos desde fuera del área goles imborrables para la memoria del aficionado. Es posible que sus despistes defensivos pusieran en apuros a su equipo con algún que otro gol encajado pero sabía cómo compensarlo con sus cualidades, físicas, anímicas y técnicas. Su mejor época coincide con su larga trayectoria en el Real Madrid pero tras pasar por el conjunto blanco siguió triunfando en el Fenerbahçe, Corinthians y Anzhi hasta colgar definitivamente las botas a los 39 años. Un ejemplo aislado en comparación con todos sus compatriotas que ya sea por las lesiones, la vida festiva o por no encontrar su sitio, no consiguieron rendir al nivel que se esperaba de ellos tras un pletórico inicio de carrera que les situaba en el Olimpo de los Dioses del balón. Falta por saber si Neymar, la nueva promesa emergente, pertenecerá a un grupo o a otro. Solo el tiempo lo podrá decir aunque viendo otros casos similares no costaría adivinar su final. Depende de él.