La leyenda viva de Raúl González: 400 goles
El delantero amplía sus registros goleadores en la Bundesliga
El Real Madrid de mediados de los noventa se ahogaba. La Copa del rey y la supercopa española de 1993 fueron las últimas fiestas vividas alrededor de la Cibeles antes del desastre. El 5-0 del Nou Camp en Enero de 1994 terminó por hundir un proyecto que adolecía de peso económico (las deudas de la directiva de Mendoza), dirección y mando (Benito Floro no pudo engrandecer en Madrid la leyenda del "Queso mecánico") y espíritu competitivo (La quinta del buitre permanecía acomodada en el recuerdo, resignada a la decepción, pero sin ganas de cambio).
Raúl González llegó a ese Real Madrid. Con la inocencia de un adolescente y la frescura de quien sospecha que tiene mucho que mostrar. Raúl se convirtió en símbolo inamovible del nuevo Real Madrid. Las tres Copas de Europa ganadas a caballo entre el pasado siglo y recién comenzado el nuevo, situaron a Raúl en la esfera de futbolistas que parecía que tendrían sitio en el equipo hasta el resto de sus días. Vio morir a Juanito cuando era solo un niño, condenó a Butragueño en primera persona, pero aunque pudiera ser sorprendente, sufrió en carne propia su despedida del Real Madrid.
Llegó a Alemania haciendo mucho ruido, pero el equipo alemán y sus seguidores eran conscientes de que habían comprado una codiciada pieza de museo. Pocos podían augurar el éxito que alcanzaría el que fuera bravísimo inventor del "aguanís". Pero Raúl nunca salió al campo para ofrecer media pierna. Pasó momentos de agonía en el Real Madrid, cuando la noche y la competencia en la delantera estuvieron a punto de marchitar su carrera. Cualquier futbolista sin carácter podría haber dejado que aquella espiral de falsos "amigos" y licores graduados por el diablo, hubieran terminado con su brillante futuro.
Pronto, Raúl entendió que tras sus piernas arqueadas y su extraña forma de correr, se escondían unas cualidades innatas que solo él sería el encargado de sacar a relucir. Los éxitos llegaron en forma de títulos y cifras goleadoras, pero esa pólvora, que tan buen resultado le dio en las finales de la Liga de Campeones o en la Intercontinental de Japón, se había mojado en los últimos tiempos.
Raúl González se machacaba en los entrenamientos, daba todo lo que tenía en el campo, pero dejó de ser el jugador franquicia del equipo merengue. Su salida de la selección fue muy dura. Cambió los viajes entre semana a destinos caucásicos y las concentraciones veraniegas de un mes, por plácidas tardes de paseo y partidos por la tele al lado de los suyos.
Su cabeza necesitaba un respiro...o mejor, un cambio de aires. Raúl había pasado de ser portada de Marca al hacer sus exámenes de selectividad cuando no había cumplido la mayoría de edad, a serlo en cabecera de crónicas y titulares que anunciaban su final. Alemania le abrió la puerta...
Un Raúl agresivo, como hacía años que no se veía conquistó desde el primer día el corazón de Gelsenkirchen. Era algo totalmente distinto para él. Tras pasar toda su carrera en un club de la grandeza del Real Madrid, cambiaba de país, de retos y de rol. No es que la ciudad alemana se pareciera en exceso a su distrito de Villaverde, lugar en el que creció y aprendió a ser persona y futbolista, pero aquella urbe industrial permitió a Raúl re-encontrarse con el fútbol, con su vida, y lo más complicado...con el gol.
El primero que hizo en la Bundesliga fue nada menos que al Borussia Monchengladbach. Raúl acababa de nacer cuando Europa se rendía al formidable equipo de Renania del norte. Era un duelo de reliquias europeas, del Gladbach se supo poco, pero del español se volvió hablar muchísimo en el viejo continente.
La Liga de Campeones, esa competición de luces y sonidos solemnes. Aquella que coronó al Raúl más endeble en 1998, al Raúl en estado de gracia, corriendo, driblando y machacando a un abatido Cañizares. Y liderando un equipo que parecía roto en 2002, pero que volvió, de la mano de tres leyendas, Iker Casillas, Zinedine Zidane y Raúl.
En esa competición volvió Raúl a sacar lo mejor de si mismo, y como no, lo hizo en España. En los octavos de final, su equipo se cruza con un Valencia que no teme al Shalke, si no fuera por su delantero. Una cara conocida para el aficionado de Mestalla. Cuantas pelotas cruzaron la línea de meta sellados por su tobillo. Raúl volvió a armarla en Mestalla.
Celebró su gol como en aquellas finales, y es que para él, volver a marcar en territorio que ya celebró su funeral, fue el mejor de los regalos desde que llegó a centroeuropa. La temporada terminaría de forma muy brillante, a un paso de la final de la Champions League, con récord personal de goles en la máxima competición europea y con un título de copa que le supo a gloria, ya que fue uno de los pocos trofeos que todavía no había conquistado.
Raúl marcó ayer su gol número 400 como profesional. No ha sido una temporada fácil para él, ya que tuvo que superar el deseo de Ragnick y parte de la directiva que querían verlo muy lejos de la ciudad prusiana. La casualidad quiso que el español consiguiera un tanto tan importante frente a Felix Magath, su primer técnico en el fútbol alemán.
Hasta cuando aguantarán los tobillos de Raúl es una incógnita. Su olfato de gol sigue intacto, con menos potencia pero más instinto asesino, como los viejos ratones que se alimentan de su agudeza, Raúl sigue conquistando récords,el próximo...¿en los Juegos Olímpicos?
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