El 'Abecedario' del fútbol: Dixie Dean, Footballer, Gentleman, Evertonian

Fue el goleador más prolífico del fútbol inglés

William Dean de no haber nacido pobre habría respondido al modelo que anhelaban los ingleses victorianos para sus futbolistas. Poseía una perspicaz inteligencia, generosidad con el balón, eficacia perenne y era un poderoso chutador con ambas piernas pero, por encima de todo, fue el mejor rematador de cabeza que ha existido. Un futbolista a la altura de grandes como Pelé o Di Stéfano que no contó con la suerte de que el boom televisivo inmortalizara sus sus hazañas.

Dean fue apodado, sin su consentimiento, “Dixie” debido a sus rasgos de raza negra. Físicamente era corpulento y rápido, fuerte pero atlético y con una extraordinaria habilidad en el aire que influyó en la letalidad y precisión de sus remates. Era resistente en los marcajes, sin que éstos interfirieran en sus centros milimetrados. Además de por toda su calidad y técnica destacaba por ser un ejemplo de juego limpio. Jamás recibió una amonestación ni mucho menos fue expulsado, a pesar de que los rivales tuvieron pocas contemplaciones con él cuando trataban de arrebatarle el balón o impedían que encontrase una posición cómoda para disparar. De hecho, tal era la gravedad de algunas de las entradas recibidas que en su juventud, cuando militaba en el Tranmere Rovers, perdió un testículo tras una patada. Además llegó a pasar hasta quince veces por los quirófanos como consecuencia de las lesiones.

La más grave se produjo fuera de los campos de fútbol en un accidente de moto. En 1926 en Holywell se fracturó la mandíbula y el cráneo. Para los médicos era el fin de la carrera deportiva de Dean, pero no para él. Quien ignorando las recomendaciones médicas volvió a calzarse las botas obviando el riesgo que supondría rematar de cabeza. No quería abandonar el sueño que había perseguido desde niño cuando la complicada situación familiar le obligó a trabajar desde los siete años y a estar en un internado desde los once. Cuando tuvo la edad necesaria para desempeñar el oficio familiar, ferroviario, lo compaginó oficialmente con partidos de fútbol. Tenía catorce años y había nacido una leyenda.

Poco tiempo permaneció en el Pensby United pero sí el suficiente para que un equipo de la tercera categoría lo fichara. En el Tranmere Rovers logró un ritmo de prácticamente un gol por partido. De ahí a su equipo, el Everton, al que quedaría ligado el resto de su vida. Por el amor a su club y al deporte que practicó desde niño no podía abandonar el fútbol tras el accidente de moto a pesar de los consejos médicos. E hizo bien porque esa temporada se convirtió en el máximo goleador y en cinco encuentros con Inglaterra anotó doce goles. El Everton, y otros muchos clubes que siguieron sus pasos, introdujo una cláusula en los contratos de los futbolistas por la que éstos no podrían realizar actividades ni deportes que comprometieran su integridad física para jugar.

Estatua de Dixie DeanDurante muchos años fue el máximo goleador del Everton y de la Premier en la temporada 1928-29. Cuando se iniciaba el ocaso de su carrera, en 1936, debido a las excesivas lesiones, el equipo fichó al joven Tommy Lawton. La misión de Dixie no era otra que pasar el tiempo necesario con su sucesor para inculcarle todos sus conocimientos. Debía entregarle el testigo al talentoso jugador al que hubo algo que no pudo transmitirle. Algo con lo que se nace y que pocos tienen. Esa capacidad de liderazgo con la que, incluso los recién llegados, quedaban embelesados. Dean era el referente, el ejemplo a seguir dentro del campo por la limpieza de su juego, y fuera de él por la devoción que demostraba por el Everton.

Su prodigio no pasó desapercibido para referentes del fútbol como Bill Shankly, quien dijo de Dixie: “Los que le vimos jugar hablamos de él como Mozart, Beethoven o Shakespeare”. Ni tan siquiera para su casa, el campo del Everton al que dio su vida y su muerte. Allí falleció de un infarto a los 73 años mientras veía un partido. Años atrás había perdido a su esposa y una trombosis le arrebató su pierna. Goodison Park inmortalizó su recuerdo con una estatua suya en la que se puede leer: “Footballer, Gentleman, Evertonian”. No es para menos, porque el club de Liverpool puede presumir de haber contado en sus filas con el goleador más prolífico que ha dado el fútbol inglés. Más incluso que Bloomer o Woodward aunque no marcara tantos goles como éstos con la selección de Inglaterra. Sin embargo, su promedio es aún más impresionante: dieciocho goles en dieciséis partidos. El record de sesenta goles en treinta y nueve partidos que consiguió en la Liga la temporada 1927-28 está destinado a durar mucho tiempo. Los 383 que anotó con el Everton en 433 partidos supone una media por encuentro prácticamente insuperable.

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