República Checa (I): La piedad del gato de Praga
Planicka salvó la vida a los italianos en el Mundial de 1934
Con motivo del partido del próximo viernes entre España y la República Checa iniciamos un serial con los tres mejores momentos del fútbol checo.
Su clásico apartamento en el casco antiguo de Praga estaba inundado en lágrimas. Su tiempo había acabado y era el momento de que actuaran los organizadores del olvido. Toda una vida, toda una carrera deportiva se escondía en el interior de unas cajas de cartón. Hijos y nietos colaboraban en silencio para vaciar el piso durante aquel triste 20 de julio de 1996.
La funesta escena del interior del piso se oponía a la alegría que irradiaban las calles de Praga. Todavía ajenos a la desgracia que se acababa de producir, los checos celebraban que el subcampeonato de Europa, una vez digerido el mal trago del gol de oro de Oliver Bierhoff. Pero las sonrisas no tenían cabida en aquel apartamento. Acaban de perder a un ser querido y ni las hazañas de Nedved, Poborsky en la Euro 96 podrían aliviarles. Comenzaron descolgando las fotografías de la pared -se había retratado con todo tipo de personalidades-, continuaron por la extensa colección de recortes de periódicos, pasando por el cabestrillo que llevó tras enfrentarse a Brasil con el brazo roto.
Pronto le llegó el turno a la mesa de su salón -aquel desde el que de vez en cuando relataba sus gestas con el Slavia de Praga-. En uno de los cajones encontraron algo que no esperaban. Se trataba de una medalla de oro, era la que acreditaba al campeón del Mundial de 1934. El hallazgo sorprendió a los familiarles. El abuelo Frantisek había levantado muchos trofeos durante su juventud: ocho ligas checoeslovacas, una Copa Mitropa y hasta un premio de la Unesco por su juego limpio lustraban su palmarés, pero nunca había ganado un Mundial. Es cierto que alcanzó la final con Checoeslovaquía, pero la perdió en la prórroga ante Italia.
Acompañando a la medalla, una carta, ajada por el tiempo, se apresuraba a incrementar el misterio. “Gracias, nos salvaste la vida“, se podía leer en la misiva. El firmante era Angelo Schiavio, quien fuera el autor del agónico gol que dio la victoria a Italia en 1934. El delantero boloñés albergaba una profunda admiración por quien consideraba el mejor portero al que se había enfrentado jamás durante sus 17 años de carrera. Schiavio fue coetáneo de guardametas como Combi o Ricardo Zamora, pero para él ninguno llegaba a la altura de Frantisek Planicka, el gato de Praga. Sólo se enfrentaron una vez, pero el delantero quedó marcado para siempre.
Como ya sabemos se vieron las caras en el Stadio Nazionale PNF Roma en la final del Mundial. Schiavio, Mumo Orsi, Giovanni Ferrari, Enrique Guaita y Giuseppe Meazza, todo el arsenal ofensivo de la Squadra Azzurra, intentar0n batir a Planicka sin éxito. La desesperación creció cuando Vladmir Puc adelantó a Checoeslovaquia en el marcador. Los italianos, dirigidos por el erudito Vittorio Pozzo, luchaban por algo más importante que la Copa Jules Rimet. Se estaban jugando la vida. Benito Mussolini utilizaba el fútbol como propaganda política y no toleraba una derrota en la final ante 50.000 italianos. Il Duce dejó claro a su seleccionador que perder les costaría muy caro, y éste se lo hizo saber a sus jugadores. “No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal”, avisó Pozzo en el vestuario durante el descanso, cuando el marcador estaba 0-1 a favor de los eslavos.
Los italianos reanudaron el encuentro conscientes de que su vida estaba en juego. La amenaza surtió efecto. Guaita firmó el empate, pero no había modo de culminar la remontada. El gato de Praga parecía imbatible. El miedo se podía leer en los ojos de los italianos y, según cuenta la leyenda, Planicka se apiadó de ellos. En la prórroga, un disparo mordido, esquinado pero de poca potencia, lanzado por Angelo Schiavio no ‘pudo’ ser alcanzado por el portero eslavo y el balón acabó en el fondo de la portería. Fue gol. Italia era campeona del Mundial. Había salvado la vida.
Schiavio no podía creerse que hubiera logrado batir a Planicka con un disparo tan humilde. Y, efectivamente, no se lo creyó. La mirada de complicidad del portero al recoger el balón de la red fue suficiente para que Schiavio comprendiera que Planicka podría haber hecho más, pero consideró que era más valiosa la vida de los italianos que la copa del Mundo en manos checoeslovacas. Por ello, Schiavio se negó a formar parte de los festejos por la victoria celebrados en Roma y nada más concluir la final regresó a Bolonia, desde donde jamás volvió a acudir a las convocatorias de Italia. La Azzurra se proclamó campeona del mundo, pero para Schiavio Planicka fue el verdadero vencedor. Y, allí, en el cajón del salón de su piso en el casco antiguo de Praga se ocultaba la medalla de oro. “Gracias, nos salvaste la vida. Afectuosamente, Angelo Schiavio“.