Gaddafi y el fútbol

El dictador libio también manda en el fútbol

Si se realizase una lista con las principales características de un dictador seguramente Muammar al-Gaddafi reuniría todas ellas. El líder libio -de actualidad por la crisis que atraviesa su país- comparte actitudes y comportamientos con el resto de tiranos. Ladra contra todo lo que discuta su supremacía, se considera incapaz de cometer errores, transforma el país en su coto privado y convierte enemigos en amigos -o viceversa- según intereses personales. Además, Gaddafi riega todo esto con una dosis de excentricidad que le dibujan como un personaje histriónico.

En todo esta lista de normas pertenecientes al manual del buen dictador no podía faltar el uso del fútbol como herramienta política. Aunque, en el caso de Gaddafi, más que un arma el fútbol fue un juguete que dejó en manos de su hijo predilecto: Al-Saadi al-Gaddafi. Aficionado al deporte rey, el tercero en la escala sucesoria de Libia, soñó desde pequeño con ser futbolista profesional. Un sueño que hubiese sido inalcanzable atendiendo únicamente a sus aptitudes, pero que se materializó gracias al poder adquisitivo de su padre.

Al-Saadi comenzó su carrera balompédica a los 27 años en el Al-Ahly de Tripoli en la temporada 2000-01 y un año después se mudó -previo pago- al Al-Ittihad porque ganaba más títulos. Compró el club, se nombró presidente y, posteriormente, se fichó a sí mismo. “Normalmente, jugaba siempre los 90 minutos. Sólo se le cambiaba cuando él quiere”, explicaba el que fuera su entrenador Giuseppe Dossena, ex jugador de la Sampdoria. “No era obligatorio obedecerle, pero sus decisiones no se discuten. Es así y así hay que afrontarlo; no vale la pena hacer de ello un problema”, matiza. Allí protagonizó victorias épicas como la que obtuvo frente al Al-Ahly remontando un 0-2 gracias a dos sospechosos penaltis y un tanto en fuera de juego cuando faltaban cinco minutos para el final del encuentro.

En su ciega cruzada por triunfar como futbolista gastó millonadas estrambóticas contrataciones. El ex atleta Ben Johnson ejerció como su preparador físico, yDiego Armando Maradona cobró por convertirse en su consejero futbolístico. Este dispendio lo trasladó también a la selección nacional, para la que contrató al campeón del mundo Carlos Bilardo como director técnico. Al-Saadi jugueteó con el Al-Ittihad y con la Federación de fútbol de Libia -de la que se nombró presidente- hasta que en el verano del 2003 decidió buscar retos mayores.

Cansado ya de jugar en su país se consideró preparado para dar el salto a la Serie A italiana y allí encontró un personaje tan imprevisible como él: Lucciano Gaucci. El provocador presidente del Perugia contrató -en una operación costeada por Muammar Al-Gaddafi- al futbolista libio con fines únicamente deportivos, según él mismo anunció en la presentación del fichaje. “No tenemos ninguna necesidad de publicidad. Esta es otra apuesta para nosotros. Estoy apostando mi reputación en esto“, declaró Gaucci. Su apuesta se estrelló nada más empezar. En octubre, Gaddafi dio positivo en nandrolona y fue sancionado con tres meses de suspensión.

El entrenador de aquel Perugia, Serse Cosmi -recién fichado por el Palermo- recuerda que recibía presiones para alinear al heredero libio: “Recibí una llamada telefónica de Berlusconi dónde me motivaba a alinear a Gaddafi. Me dijo que tener a Gaddafi en el equipo ayudaba a construir una buena relación con Libia. Me dijo que si jugaba mal, que jugara mal. Pero que jugara en los partidos”. Tras su inédito paso por el Perugia se costeó su traspaso al Udinese y, la temporada siguiente, a la Sampdoria, con nula contribución en ambos conjuntos. En 2007 decidió colgar las botas, aunque, como su padre, se resiste a decir adiós. Al-Saadi continúa ligado al fútbol como dueño del 7% de las acciones de la Juventus, desgraciadamente.

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